Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

Las redes sociales transmitieron prácticamente en vivo lo que ocurrió en Antigua Guatemala el sábado cuando se supo que Miguel Martínez estaba participando, en la Iglesia La Merced, de la ceremonia de confirmación de un sobrino que lo designó como padrino. Así como en el Mateo Flores la reacción espontánea de la gente fue de absoluto desprecio para quien es poder tras el trono, gracias a su intimidad con Alejandro Giammattei, en la ciudad colonial la gente se apresuró a ir a la Iglesia donde, rápidamente, cerraron las puertas para terminar con el acto religioso pues temieron que el grupo de indignados ciudadanos pudiera entrar al recinto.

Y es que es indiscutible que en Guatemala, durante estos últimos cuatro años, hay personajes que se han hecho odiosos y son despreciados de forma absoluta por la mayoría de la población. Lo del estadio Mateo Flores debió ser un indicador de cómo se caldean los ánimos cuando se escucha el nombre de Martínez, puesto que se considera que es él quien tiene la mayor influencia en un Giammattei que se esmera por mostrar su forma arrogante y prepotente cada vez que actúa.

Digo que lo de Antigua despierta recuerdos porque mucha gente en Guatemala ignora cómo reaccionó la población tras la caída de Estrada Cabrera, en abril de 1920. Durante 22 años el pueblo se sometió a la dictadura y fue dócil a todos los dictados y caprichos del tirano que hizo lo que le dio la gana, hasta que un grupo de ciudadanos formó el Movimiento Unionista, nutrido con la presencia de profesionales, comerciantes, estudiantes y obreros, que lograron convocar a toda la gente. El 11 de marzo de ese año se realizó la gran marcha que salió justamente en el sitio donde hoy está la plaza que lleva ese nombre, en la zona 4, para dirigirse a la Academia Militar a donde Estrada Cabrera había refundido a la Asamblea de sumisos diputados.

Esa marcha, como las manifestaciones de las últimas semanas, marcó el rumbo para acabar con la dictadura, aunque la resistencia de Estrada Cabrera obligó a la llamada Semana Trágica, del 8 al 14 de abril, y que culminó con la Asamblea destituyendo al tirano. Mi abuelo fue de los estudiantes universitarios que se enfrentaron a la tropa de Estrada Cabrera en el sitio que el pueblo hizo a La Palma, residencia del tirano.

Pues, bien, el 14 de abril varios de los más allegados a Estrada Cabrera, al saber de su destitución y captura, se refugiaron en las instalaciones del Colegio de Infantes, a un costado de Catedral, para huir de la furia de la población. Pero alguien dijo dónde estaban y la multitud se congregó frente al sitio en que se encontraban al menos 12 de los más leales al tirano. La historia la conozco muy bien porque uno de ellos era el esposo de la tía que crio a mi abuela Carmen cuando quedó huérfana. Era don Joaquín Madrid quien, como casi todos en la época, rendía pleitesía a don Manuel a quien visitaba casi a diario. Él vivía cerca de la Iglesia de Candelaria, que resultó dañada en el terremoto del 2017, y con su familia construyeron en el terreno de la casa un lugar para albergar la venerada imagen del Señor de Candelaria.

Pero resulta que los sacerdotes de esa iglesia fueron de los primeros que se sumaron al Unionismo que se oponía al tirano y en las actividades religiosas alentaban a los fieles para que se sumaran a la sorda sublevación que apenas empezaba. Enterado Estrada Cabrera de ello, cuando llegó Joaquín Madrid a rendirle pleitesía, lo agredió físicamente y le ordenó que sacara a los curas y al Señor de Candelaria de su casa, cosa que hizo inmediatamente, lo que le valió el desprecio y la ira no sólo de los religiosos sino de los fieles.

El 14 de abril, cuando la multitud exigía que sacaran a la calle a los cabreristas escondidos en El Infantes, don Joaquín fue uno de los entregados y de los linchados por la turba. Según lo que me contaba mi abuelo, de él únicamente encontraron un dedo que fue reconocido porque aún tenía el anillo que usó buena parte de su vida.

Y es que cuando los pueblos se hartan de los abusos del poder, tristemente se desbordan las pasiones. Lo del fin de la semana trágica de 1920 ha ocurrido en muchos lugares del mundo, pero ni con esas duras lecciones, los prepotentes y abusivos entienden lo que puede suceder cuando la gente llega, por fin, a decir ¡Basta!

Artículo anteriorEntendiendo la corrupción
Artículo siguienteTras orden de CC y abandono de ocupantes, PNC retoma control de Xayá-Pixcayá