Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

Como ocurre siempre, estamos a punto de cerrar un año en el que todos en nuestra vida diaria tuvimos los consabidos altibajos que nos llenan de satisfacción o de pena, pero que se conjugan para proporcionar esa variedad de experiencias que terminan marcando nuestra realidad. Una cosa es la vida personal, la familiar y del círculo cercano y otra la vida en sociedad cuyos vaivenes dependen mucho más de factores ajenos a nuestro control pero que, en buena medida, no sólo afectan sino que determinan gran parte del balance que al final del año hacemos.

Esta mañana me topé con una oración que me pareció oportuna. Dice así: “Gracias Señor por cada día de este año que me diste. Gracias por tus bendiciones, por tus cuidados, por tu amor, por todo lo bueno y lo malo, por disfrutar de mi familia, por tener un hogar, por mi salud y todo lo que das, aun sin merecerlo. Te agradezco Señor por estos 365 días de tu gracia y misericordia pero, sobre todo, por tu presencia en mi vida”.

Y la verdad es que, en medio de todo, hay tanto por qué darle gracias a Dios, por mucho que los momentos de angustia y desesperanza puedan haber parecido inmensos e interminables, pero finalmente llegamos a terminar el ciclo vivitos y coleando, lo que nos debe servir de estímulo para renovar compromisos que nos permitan seguir luchando todos los días para alcanzar metas que nos hemos propuesto, tanto en la vida personal y familiar como en nuestro papel como miembros de una sociedad urgida de más participación.

Hay tanto por hacer, tanto que cambiar, que con mucha frecuencia nos parece más cómodo desentendernos de los problemas que como país sufrimos y enconcharnos en nuestro propio círculo dejando que lo demás discurra como pueda. Al fin y al cabo, se piensa, por mucho que yo me involucre o trate de hacer, de todos modos pareciera que los malos son más que los buenos y nada se puede hacer para enderezar el rumbo de una Nación que cayó tan bajo. Mejor me centro en lo mío, en lo que atañe a mi familia, si mucho, y volteo la vista para no derramar bilis al ver el comportamiento avorazado de los que se dedican al saqueo del país.

Pero la verdad es que cuando recordamos que cada ser humano es mi hermano y vemos el sufrimiento de quienes tienen que pagar las consecuencias del descalabro que como país sufrimos, no puede uno sino armarse de valor y seguir en una lucha que, aunque parezca inútil y estéril, es absolutamente necesaria si queremos dejar a nuestros hijos y nietos (en mi caso) un país capaz de premiar al honesto y generar oportunidades para todos.

Soñar con una Guatemala distinta es válido, pero para ello debemos trabajar y comprometernos a salir de esa burbuja que nos hemos impuesto para que las desgracias ajenas no nos molesten ni indignen.

Algunos tenemos mucho más cosas que agradecer a Dios que otros, pero ese agradecimiento se tiene que traducir en obras, en acciones porque si Dios nos ha dado bendiciones es porque algo espera de nosotros y esos pensamientos son los que me acompañan en estas últimas horas del año.

Artículo anteriorTermina un año complejo
Artículo siguienteFeliz Año Nuevo