Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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El Vaticano informó responsablemente del deterioro de la salud del Papa Emérito Benedicto XVI y el Pontífice Francisco pidió al mundo oraciones por su predecesor, cuya condición empeoró en las últimas horas. Indudablemente, su pontificado será siempre objeto de recuerdo por el hecho de su dimisión que le convirtió en un caso verdaderamente raro de un Papa que renuncia a su cargo, pero quienes se dedican a estudiar la historia de la Iglesia encontrarán mucho más que eso en sus funciones como jefe y cabeza de la Iglesia Católica durante varios años.

Le correspondió al Cardenal  Joseph Ratzinger sustituir a quien posiblemente haya sido el más popular y admirado de los herederos del trono de San Pedro y para cualquiera en esas condiciones el desempeño del cargo adquiere mayor grado de dificultad porque la opinión pública siempre hace comparaciones y el carisma de Juan Pablo II es prácticamente imposible de imitar. Pero le tocó, además, asumir en momentos de turbulencia cuando cuestiones como el no resuelto problema de pederastas en la curia se hizo más grande y fue él quien decidió encararlo con responsabilidad.

Juan Pablo II, como algunos obispos alrededor del mundo, se encasillaron en que todo lo relacionado con los abusos de sacerdotes era parte de una conspiración contra la Iglesia Católica y, en vez de poner remedio a una situación de todos conocida, se enconcharon en la negación provocada por ese espíritu de cuerpo malentendido que lleva a tantos a tapar cualquier clase de errores o de crímenes para “proteger” a la institución. La verdad es que con ello estaban alentando más y peores abusos porque los pederastas se sintieron protegidos por el Vaticano y no fue sino hasta que llegó Benedicto XVI que se emprendió una nueva ruta.

Yo he tenido mucha admiración por él y sentí mucho su renuncia, provocada por otro tipo de problemas del Vaticano relacionados con el manejo de dinero, pero entiendo que ese paso fue trascendental para la escogencia del Papa Francisco, quien ha hecho mucho por nuestra religión y para hacerla más cercana a los fieles practicantes. Estos dos últimos papados, como el de Juan XXIII, creo que han sido determinantes para la construcción de una Iglesia más cercana a la gente, entendiendo sus problemas de cara a la realidad cambiante de una humanidad que dista mucho de tener las características existentes cuando le tocó al apóstol Pedro poner la primera piedra.

Para los católicos la figura del Pontífice es primordial y, por supuesto, determinante en cuanto a la conducción de una institución tan importante, no solo para nuestra vida sino para entender el significado real de la relación que tenemos y debemos mantener con nuestro Creador. Yo recuerdo la enorme importancia en mi vida de las visitas del Papa Juan Pablo II a Guatemala y la claridad de sus mensajes, razón por la cual lamenté tanto su posterior rechazo a reconocer la verdad de algunos errores o pecados que tanto daño hicieron a la Iglesia.

Hoy me uno a las oraciones que ha pedido el Papa Francisco para pedir por la paz de ese extraordinario líder que tuvo nuestra Iglesia.

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