Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Ayer en horas de la tarde, tras haber sido sometido a una operación en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, falleció una extraordinaria persona a quien tuve la dicha de conocer en las postrimerías de 1965. Recién había muerto Mario Méndez Montenegro y el entonces dirigente del Partido Revolucionario, Carlos Sagastume Pérez, sabedor de la propuesta que Mario le hizo a mi abuelo para que fuera su candidato a Vicepresidente, le visitó para ofrecerle la candidatura presidencial; la respuesta de mi abuelo fue que a quien le correspondía, por nombre y tradición, era a Julio César, hermano del fallecido político.

Julio César aceptó y mantuvo a mi abuelo Clemente como candidato vicepresidencial y al hacerse público el hecho, de la montaña de Jalapa bajaron unos pocos jóvenes montañeses que habían prestado servicio militar, ofreciéndose para cuidarlo durante aquellos días en los que persistía la incertidumbre sobre la causa de muerte de Mario Méndez. Uno de ellos era Cornelio Ucelo Díaz, quien renunció a la Guardia de Hacienda para convertirse en permanente compañía de mi abuelo, situación en que se mantuvo aún después de que terminara el período.

En ese tiempo yo acompañaba a mi abuelo a todas las actividades y, por lo general, conducía el auto en el que se movilizaban esos amigos de la Montaña de Santa María Xalapán, lo que me hizo tener una relación muy cercana con ellos. Todos eran excelentes personas, pero con Cornelio fuimos desarrollando una estrecha amistad que perduró hasta el día de ayer, cuando su hija María me llamó para darme la triste noticia de su fallecimiento. Había hablado con él por videollamada la semana pasada y la charla terminó siendo una afectuosa despedida.

Nos apoyamos mutuamente a lo largo de esos 57 años que llegaron a su fin ayer. En cualquier dificultad, grande o pequeña, que estuviera alguien de la familia, desde mi papá hasta mis nietos, Cornelio siempre estuvo allí, al pie del cañón y dispuesto a lo que hiciera falta para protegernos de lo que fuera. Cuando estuve en la Municipalidad como Concejal Primero y me enfrenté a la mayoría del Concejo que había aprobado duplicar el precio del pasaje, surgieron las amenazas y fue Cornelio quien se ofreció para acompañarme día y noche, situación que repitió con el Serranazo y en otras circunstancias de la vida.

Yo siempre traté de ayudarlo en lo que estaba en mis manos, pero lo nuestro nunca fue una relación basada en compensaciones sino en el simple cariño entrañable desarrollado desde aquellos días de campaña previa a la elección de marzo de 1966 y durante los difíciles momentos en los que mi abuelo se opuso al pacto con los militares, que finalmente fue suscrito como condición para que le entregaran el poder a Julio César.

Hombre valiente y extremadamente bondadoso, Cornelio se mantenía siempre muy bien informado y cada vez que intuía algún riesgo para los míos, aparecía inmediatamente para ponerse a las órdenes “para lo que hiciera falta”, como solía decir, y aunque uno le explicara que todo estaba bien, desconfiado se quedaba vigilando a distancia.

Durante la pandemia nos vimos varias veces y en medio de su creciente sordera, teníamos amenas pláticas de los gratos recuerdos de esa vida relativamente azarosa que nos tocó compartir a lo largo de casi seis décadas. Hoy su cuerpo vuelve a esa su “Montaña”  de donde bajó para unirse a los Marroquín. Descanse en paz querido amigo y ángel guardián.

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