Semanalmente me disfruto los artículos del licenciado Luis Fernández Molina porque no solo los elabora de forma precisa y amena, sino con tremenda profundidad. Hay varios columnistas de La Hora que trato de no perderme, pero este particular amigo siento que siempre me deja algo enriquecedor. Su columna de ayer, Jesús Enojado, me pareció genial por la forma en que nos introduce ya en el próximo Adviento y la descripción que hace de ese Dios hecho Hombre desde una perspectiva real, humana y que muchas veces se diluye en lo que conforma la prédica de nuestra Iglesia sobre su personalidad.
Y es que si Dios se hizo hombre tenía que tener todas las características del ser humano y no hay nadie, ni siquiera los que tienen sangre de horchata, que no se haya molestado hasta la ira en alguna ocasión. La imagen de un Jesús Enojado no cuadra mucho con el estereotipo que desde niño se nos presenta de esa divina figura, pero los evangelistas, esos que se encargaron de proyectarlo tal y como era para toda la humanidad, no ignoraron esos instantes en los que no pudo contenerse ante la hipocresía y la avaricia que, tristemente, abundan tanto dentro de nuestra especie.
Fueron momentos que hacen a Jesús más humano pero, sobre todo, más preciso y claro respecto a sus principios y a los comportamientos que no solo consideraba deleznables, sino que, como bien dice el licenciado Fernández, lo enojaban. Y en dos casos de los que destaca el reconocido abogado, su enojo fue inmenso; se trata de su desprecio a la forma de ser de los fariseos, farsantes cuya hipocresía lo sacó de quicio, así como el comportamiento de los mercaderes que convirtieron en nido de rateros el Templo.
Al terminar la columna no pude sino reflexionar en cómo se sentirá nuestro Jesús al ver la forma en que los fariseos que aquí hacen política usan su nombre a diestra y siniestra para darse baños de una pureza que no tienen ni por asomo. Todos esos que reparten bendiciones como si fueran realmente elegidos de Dios, tal y como se sentían los fariseos que consideraban indignos a los que no eran, como ellos, cumplidores de las fórmulas vacías pero ignorantes del real sentido de la palabra divina respecto al respeto y amor al prójimo y el esfuerzo por trabajar por el bien común.
Y aquí con el agregado de que esos mismos fariseos son los ladrones del templo, los que se alzan con el dinero ajeno y explotan a los más necesitados. No se trata solo de hipócritas que hacen una cosa y dicen otra, sino se trata de seres infames que usan a Dios como escudo para que no se les juzgue y condene por las porquerías que hacen en su vida, por las desgracias que su ambición de dinero causa en tantos, en esos que mueren por falta de alimentos, de atención en salud y de seguridad, y en aquellos que tienen que dejar a sus familias para migrar en busca de recursos para darles de comer.
Realmente la reflexión me dejó la certeza de que ese Jesús, todo corazón y bondad, debe estar como mil diablos con estos nuestros devotos, dizque protectores de la familia y de la vida.