Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La semana pasada platicaba con un amigo sobre cómo, en su familia, se dan serios choques por efecto de esta polarización que nos metieron astutamente y que nos tiene profundamente divididos, al punto de que no se puede, en absoluto, discrepar con alguien sin entrar en pleitos porque los radicalismos están a flor de piel. Y de inmediato pensé en dos casos en los que, el diálogo y la conversación con personas de pensamientos opuestos a los míos, no solo nos entretenía sino que además nos ayudaba, a ambas partes, a ver la vida desde perspectivas diferentes.

El primer caso es el de mi suegro, Carlos Pérez Avendaño, con quien llegué a tener posiblemente la amistad más entrañable de toda mi vida. Y pasábamos horas hablando de los temas que nos colocaban en los polos opuestos, sin nunca terminar peleando ni algún cambio en ese mutuo sentimiento de afecto y fraternidad. Uno de los asuntos más polémicos fue, sin duda, el del derecho a la vida, puesto que él era radical en los temas del aborto y la defensa del ser humano desde el momento de la concepción, cosa que yo comparto aunque discrepando en el caso de que la vida de la madre estuviera en peligro. Pero el clímax venía cuando, respecto al asunto, hablábamos de la pena de muerte, porque él creía que era el castigo necesario para muchos crímenes y yo le decía que eso era contradecirse en cuanto al respeto a la vida. Y nos enredábamos en horas de discusión filosófica sobre Dios y el sentido de la vida, sin llegar nunca a un acuerdo.

Otro caso que para mí fue paradigmático fue mi amistad con Manuel Ayau, el Muso, fundador de la Universidad Marroquín y el mayor promotor del liberalismo en Guatemala, al punto de que siempre he dicho que me parece el hombre más influyente de la segunda mitad del siglo pasado. Nuestros pensamientos eran totalmente opuestos porque yo creo que toda libertad tiene límites y que debe regularse de alguna manera su ejercicio para no caer en el libertinaje, lo cual era una especie de imperdonable pecado mortal para ese amigo.

Él y yo sabíamos que no íbamos a cambiar nuestros puntos de vista pero, con todo y eso, nos gustaba reunirnos con alguna frecuencia para tomar algún suculento almuerzo y eran muchos los que, cuando nos veían reír y discutir animada pero respetuosamente, arqueaban las cejas más que Giammattei. Una vez, en el club Mayan luego de jugar golf, lo encontré con su esposa y creo que una de sus hijas y la señora me dijo riendo que cuando Muso le decía que había almorzado conmigo ella no se lo creía.

Yo llegué a tener un gran afecto y respeto por Muso y sentía de él lo mismo hacia mí. Podíamos hablar de cualquier tema y en términos generales no pensábamos igual, pero nos divertía y entretenía la materia y cada uno hacía chistes respecto al pensamiento del otro, aprovechando para tirar uno que otro dardo, siempre respetuoso pero dardo al fin, que terminaba generando nuevas carcajadas.

Todo eso se perdió y es imposible tener ahora amistades así, con las que se discrepa rotundamente, sin afectar o destruir la tal relación, daño irreparable que la polarización le hizo a la humanidad.

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