Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Al nada más conocer el resultado electoral que dio el triunfo a Inácio Lula da Silva, miles de ciudadanos brasileños salieron a la calle a rechazar el resultado electoral y pidieron al Ejército que impida que el nuevo gobernante tome posesión, en lo que resulta una invocación a retornar a ese pasado tenebroso, no solo de Brasil, en el que las fuerzas armadas terminaban teniendo la última palabra, más allá de la voluntad popular.

La historia de los países latinoamericanos está plagada de acciones de ese tipo que dieron a los ejércitos un papel, no de defensa del país, sino de autoridad suprema que podía decidir quién y cómo se debía gobernar. La lucha por el restablecimiento de las democracias fue dura y muchas veces hasta sangrientamente dolorosa, pero a finales del siglo pasado en todo el continente se notó un cambio que permitió la democratización regional.

En realidad, la manifestación brasileña fue impulsada por la propaganda de Bolsonaro que cuestionó desde antes, sabiendo que perdería, el resultado de la elección y al estilo trumpista creó entre sus seguidores una cultura antidemocrática de rechazo a lo resuelto en las urnas. Ello alentó para que se pidiera a las fuerzas armadas que intervengan con un cuartelazo que ponga fin a la democracia, de la misma manera que, por insólito que parezca, que Donald Trump movió todas sus piezas para que en Estados Unidos se tomara el Congreso para forzar a representantes y senadores a darle la espalda al resultado electoral.

En América Latina las condiciones de muchos ejércitos han variado de lo que históricamente fueron y representaron. En países donde el narco se ha enseñoreado, por supuesto que uno de sus objetivos vitales ha sido cooptar a las fuerzas armadas porque ellas tienen gran responsabilidad en el control del espacio aéreo y terrestre del país y por ello resulta vital su postura respecto al trasiego. Los Ejércitos que antes giraban alrededor de su propia visión del interés nacional, pero al fin y al cabo pensando en algo de interés nacional, cambiaron su filosofía y entraron en los juegos que cooptan a toda la institucionalidad en naciones donde la corrupción se generaliza y el narco aprovecha la “apertura” para magnificar su poder, comprando no solo a autoridades locales sino financiando hasta campañas presidenciales.

Todo ello hace que uno reflexione en lo que puede significar ese “clamor popular” desatado por Bolsonaro para que se pida un cuartelazo para “enderezar el camino” y corregir los errores del sistema democrático. Es inaudito que pueblos que saben lo que fue una dictadura militar, teniéndola que soportar por muchos años, sean los que, de motu propio, salgan a la calle a pedir que mediante un cuartelazo se impida la investidura de un gobernante legítimamente electo.

Pero ya sabemos el efecto terrible de la polarización que obnubila por completo la razón y no da lugar a un análisis serio de las consecuencias de ciertas acciones. El impulso es el que domina en esos escenarios, como lo vemos tan frecuentemente en nuestro medio, y ni la historia ni la realidad son objeto de ninguna consideración.

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