Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Este fin de semana publicamos una interesante entrevista con el doctor en Ciencias Sociales de la Usac, Ricardo Berganza, experto en gestión integral de riesgos, quien abordó lo relacionado con la vulnerabilidad de tanta gente frente a los fenómenos naturales propios de nuestra ubicación geográfica y que, por el calentamiento global, cada vez se hacen no solo más fuertes sino más frecuentes, causando muchos destrozos y dejando a miles de personas damnificadas.

El doctor Berganza dijo que hay 14,000 puntos de riesgo en el país, en muchos de los cuales se han ido asentando familias debido a su pobreza e incapacidad para adquirir una vivienda no solo digna, sino segura. La gente no vive en esas quebradas para disfrutar del paisaje, dijo el experto; lo hace porque las laderas inseguras son terrenos nada atractivos para el mercado inmobiliario y por ello es lo disponible para quienes viven en condiciones de pobreza y en muchos casos hasta de verdadera miseria.

Y el Estado no adopta ninguna medida para establecer coherentes planes de ordenamiento territorial que establezcan dónde se puede construir una vivienda y determinar los sitios impropios para ese fin, especialmente cuando se trata de lugares de alto riesgo, es decir, alguno de esos 14,000 puntos ya conocidos y marcados a lo largo y ancho del territorio nacional.

Algunos ingenuos o estúpidos piensan que la corrupción se mide únicamente por la pequeña mordida que se paga para realizar algún trámite ordinario, como obtener una licencia o inscribir a los hijos en alguna escuela pública, pasando por alto que el meollo está en los grandes negocios realizados tanto para operaciones multimillonarias, como una Terminal de Contenedores o la licencia para una mina, además de la realización de obra literalmente espuria, de tan mala calidad que se derrumba con el primer aguacero y que es la característica de toda la “inversión” en infraestructura.

En Guatemala el mayor impacto frente a la pobreza lo tienen las remesas familiares que mensualmente envían aquellos chapines migrantes forzados a salir de su terruño para encontrar trabajos en los que se pueda ganar lo suficiente para el sustento de una familia. Muchos guatemaltecos han logrado construir una vivienda menos riesgosa gracias a esas remesas y únicamente por ello es que hay menos gente expuesta a los riesgos y vulnerabilidades generados por la extrema pobreza, causante de la alta densidad de población en tantas laderas y orillas de barrancos.

El problema se extiende por todo el país y no hay forma de frenarlo por la carencia de políticas públicas orientadas realmente a combatir la pobreza. Ni siquiera en educación hay inversión de calidad para dar herramientas de desarrollo por la vía del conocimiento, puesto que el dinero disponible se usa para negociar pactos colectivos ajenos, por completo, a la mejora de la enseñanza para nuestros niños y jóvenes.

El colmo es el tema alimentario, donde seguimos arrastrando niveles de desnutrición que afectan a la mitad de nuestros niños, colocándolos en una situación de tremenda desventaja y marcándolos para toda la vida.

Ya veremos, en la próxima temporada de tormentas, nuevas catástrofes y destrucciones, así como pérdida de vidas, pero aún sabiéndolo nadie mueve un dedo para adoptar serias prevenciones

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