Desde épocas de la independencia hemos tenido un grupo pequeño pero muy poderoso que sin ningún empacho se han reconocido a sí mismos como los dueños del país, con capacidad para dictar el futuro de la Patria, porque han entendido que los políticos, al fin y al cabo, necesitan de ellos a tal punto de que si no les tienden la mano con plata para financiar sus campañas no irían a ningún lado. Son personas honorables que han gozado de mucha influencia y en buena medida son un auténtico poder paralelo que no puede ser ignorado.
Acostumbrados a dar instrucciones a los gobernantes, tanto en cuanto a nombramientos de funcionarios clave como en temas decisivos de la política nacional, raras veces se han sentido marginados y, sabiendo las reglas del juego, hasta en las más feroces dictaduras han podido hacer oír su voz, influyendo en la toma de decisiones.
En los últimos años, luego del alboroto que causó la lucha contra la corrupción que terminó por alcanzar a algunos de ellos, fueron los articuladores de un gran pacto para acabar con esa “patraña”, expulsar a la CICIG y controlar no solo al Ministerio Público sino a todos los tribunales, para lo cual contaron con la valiosísima colaboración de la Casa Blanca en tiempos de Donald Trump. Y su poder creció a más no poder, por lo que se sintieron no solo libres de cualquier preocupación, sino más dueños del país y más jefes que nunca.
Pero hace unos días los sacaron de su fantasía y desde una tarima alguien les hizo ver que no son más que mequetrefes sometidos al poder del Jefe de Jefes y que ellos, como el resto del país, tienen que bailar al son del corrido que se hizo para exaltar la figura de otro Miguelito, el famoso y tenebroso Miguel Ángel Félix Gallardo, creador del Cartel de Guadalajara que cambió la historia mexicana.
Lejos quedan aquellos días en los que los “dueños del país” decidían qué se hacía, cómo se hacía y por qué se tenían que hacer las cosas, tanto que hasta cuando surgió un aspaviento popular tras el Serranazo, ellos supieron maniobrar para que todo quedara bajo su control y que ese chispazo de dignidad que mostraron unos cuantos guatemaltecos no fuera a significar ningún cambio relevante.
Hoy los que se sintieron siempre dueños, los que con sutil firmeza daban instrucciones y órdenes a los políticos a los que habían financiado, tienen que acudir al llamado de su Jefe, quien siente muy merecido el nuevo título que se ha dado porque no solo es Jefe del presidente sino, literalmente, Jefe de Jefes. Y no se crea que fue casualidad su ostentosa aparición pública en la que dispuso mandar el contundente mensaje para que nadie se engañe, para que todo mundo sepa cuál es su posición.
Increíble es, para algunos, que un patojo surgido de la nada llegue a una posición en la que da instrucciones a los que antes eran los meros tatascanes y les indica cómo deben actuar y qué deben hacer, sabiendo que tanto él como sus sumisos interlocutores saben que tiene un as entre la manga que hace temblar aún a los poderosos.