Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cuando un selecto grupo de guatemaltecos terminó aceptando públicamente que habían dado financiamiento electoral calificado de ilícito a Jimmy Morales, explicaron que lo hicieron para evitar que ganara Manuel Baldizón, quien en la elección del 2015 se perfilaba con el partido Lider como fuerte aspirante. Según ellos, prefirieron a uno que decía no ser corrupto ni ladrón, en vez de un político cuya trayectoria lo terminó llevando a una prisión en Estados Unidos, acusado y confeso del delito de lavado de dinero. Ciertamente el reconocimiento de haber incurrido en financiamiento ilícito quedó del diente al labio pues paradójicamente ese caso fue el que terminó desatando poderosas iras que, aunadas a las que también llegó a acrisolar Jimmy Morales, significaron el fin de toda la lucha contra la corrupción.

Y hablo de las vueltas que da la vida porque tras ser todos ellos puntal del gobierno de Jimmy Morales, que para satisfacción de muchos terminó mostrándose sin tapujo como corrupto y ladrón, buscaron (sin que siquiera los recibiera) dar apoyo sólido a quien hoy es Presidente y se encargó de continuar con el desmantelamiento de aquellos viejos esfuerzos que se llevaron al bote a Otto Pérez, Roxana Baldetti y un muy largo etcétera. Una vez electo, Giammattei fue, como Jimmy Morales, apoyado por los mismos grupos de financistas a los que urgía enterrar en el pasado todo lo que pudiera implicar algún riesgo, aunque fuera mínimo, de revivir aquellos días de ansiedad y tensión.

La excusa de que querían evitar el triunfo de Baldizón les medio lavaba la cara ante una opinión pública que veía en ese político la antítesis del desconocido niño vestido de primera comunión llamado Jimmy Morales. Todos sabemos que en el fondo el financiamiento electoral, lícito o ilícito, es un instrumento para controlar a las figuras políticas y comprometerlas, sometiéndolas, a asegurar no sólo ancestrales privilegios sino también a facilitar la operación de jugosos negocios.

Pues resulta que aquellos financistas que usaron a Baldizón como excusa ahora se topan con que ese personaje y su familia están en el círculo de amigos del gobernante y del centro de su gobierno. Si su excusa fuera cierta, el tiro les habría salido por la culata y con más terribles consecuencias porque poco a poco se han ido dando cuenta de que su sueño de tener a Giammattei bajo la suela no funcionó porque ahora es él quien, despóticamente, los tiene a ellos sometidos, bajo presiones y amenazas que se vuelven explosivas conforme surgen los altibajos en el veleidoso carácter del gobernante.

La tradición política de Guatemala es que exista una alianza entre gobernantes y quienes los financian, lo que funciona dentro de un mutuo “respeto”. Era costumbre que el apoyo de los financistas se daba por sobreentendido, pero en los últimos tiempos se ha vuelto abierto, franco y descarado, expresándolo en encendidos comunicados y pronunciamientos públicos suscritos por sus paniaguados, lo que los ha hecho pasar de amos silenciosos a lacayos vergonzosos de una autoridad despótica que exige sometimiento absoluto y, si no, advierte que pagarán muy caro las consecuencias.

Hoy los Baldizón son más cercanos y apreciados aún que aquellos encopetados financistas que quisieron pararlo. Los hijos de Manuel Baldizón son de la mera rosca de un poder creado y consolidado por sus “enemigos” financistas.

 

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