Si en algún país hay suficientes elementos históricos para entender cómo se generan y consolidan las dictaduras es el nuestro porque la sucesión de tiranías es larga y aleccionadora. Desde Carrera hasta Ubico, pasando por Barrios y Estrada Cabrera, en todos los casos se puede apreciar que hubo una actitud importante de élites no sólo económicas sino culturales y de todo tipo, que se sometieron dócil e interesadamente (porque las élites no dan palos de ciego) endiosando al gobernante a cambio de la consolidación de sus privilegios, lo que discurrió, siempre, con el dócil comportamiento de la población que no mostró aires con remolino sino hasta muchas décadas más tarde, cuando ya el daño estaba hecho y se habían perdido no sólo las libertades básicas sino muchas vidas.
La mayoría de políticos actúan por ambición y cuando se les empieza a endulzar el oído con halagos, elogios y muestras de servilismo se van sintiendo cada vez más importantes y hasta indispensables, empezando a alentar sueños de perpetuidad que son fácilmente percibidos por la opinión pública (como está pasando ahora) y que alcanzan dimensiones tremendas gracias a la indiferencia de pueblos apáticos que no se preocupan más que por su día a día, por la necesaria sobrevivencia y que no se quieren meter en babosadas que puedan implicar el menor riesgo.
Después de una represión como la que ocurrió aquí a finales del 2020 a los manifestantes por el tema del presupuesto, cuando los mismos políticos le pegaron fuego al Congreso para justificar la arremetida, la gente se atemorizó y desactivó el sentido de alarma que generaba no sólo la corrupción del régimen y la articulación de un sistema de impunidad, sino la corrupción que evidenciaba la aprobación de ese presupuesto.
De las élites de diverso tipo no se puede esperar otra cosa porque son élites precisamente porque se empeñan en conservar sus condiciones de privilegio. Élite es una minoría selecta o rectora y se conforman mediante el uso de su poder para garantizar que nada pueda revocarles esa condición y pactan con quien tengan que pactar para continuar su función, aunque la misma sea depredadora. No se constituyen por generación espontánea ni por que alguien las designa sino simplemente porque usan su poder y su influencia para asegurar que nada ni nadie les vaya a perturbar. Generalmente coinciden en intereses todas las élites, aunque ahora hay una notable diferencia porque se les ha colado la élite del crimen organizado que ha llegado a acumular más recursos y poder que las tradicionales y las puede terminar desplazando.
Pero el papel de los pueblos sumisos, que renuncian a su dignidad y se acomodan a vivir bajo la dictadura es realmente asqueroso por más que finalmente puedan tener aires con remolino como pasó con Estrada Cabrera y Ubico y, a lo mejor, pudo pasar con Carrera y Barrios si no mueren uno tranquilo y otro torpemente en el ejercicio de su cargo sin sentir la repulsa popular.
Leer el papel de la sociedad en los orígenes de las últimas grandes dictaduras es una lección tremenda y vergonzosa. Esa sumisión, esa forma indigna de agachar la cabeza es el mayor ingrediente para crear las dictaduras, tal y como está ocurriendo en esta pobre y carente de esperanza Guatemala.