Ayer murió Roberto Carpio Nicolle, quien fuera Vicepresidente de la República durante los cinco años de gobierno de Vinicio Cerezo y había fungido como uno de los Presidentes de la Asamblea Nacional Constituyente que redactó nuestra actual Carta Magna, totalmente pisoteada y tergiversada por las fuerzas del mal que han capturado al Estado de Guatemala. Y la muerte de Roberto me hace pensar que él fue, sin duda alguna, un político extraordinario en nuestro país porque se comportó siempre, sobre todas las cosas, como un hombre decente en todas sus acciones en ese desprestigiado campo en el que le tocó actuar.
Tras la aprobación de la Constitución vino la llamada apertura democrática que llenó de ilusión a un país que había sufrido una sucesión de fraudes electorales perpetrados por una alianza de políticos mafiosos con el alto mando de un Ejército que dispuso asumir el control del país en medio de un largo conflicto armado que cobró muchas vidas. La Democracia Cristiana había sido la oposición a ese régimen y de esa cuenta no sorprendió la elección del binomio Cerezo-Carpio en el que mucha gente puso grandes esperanzas porque su discurso en la llanura hizo pensar que realmente harían una transformación en la vida del país. Pero en esa elección se produjo el primero de los casos de financiamiento electoral como soborno anticipado, siendo Ángel González y sus canales los directos beneficiarios y quienes abrieron la ruta que se ha ido convirtiendo en enorme autopista con el correr del tiempo.
En ese gobierno se dieron ya casos de corrupción como la famosa venta de Aviateca y el inicio de la telefonía celular pero Roberto Carpio, desde la Vicepresidencia, no sólo no participó en las operaciones sino que las cuestionó privadamente. Yo tuve la suerte de tratarlo en esos años y por ello puedo decir que nunca estuvo de acuerdo con tales decisiones y que concentró su esfuerzo en la creación del Plan Trifinio y los esfuerzos de integración que giraron alrededor de Esquipulas como primeras iniciativas para buscar la paz en Centroamérica.
Roberto era un hombre de empresa que había empezado en Guatemala con una publicación semanal de bolsillo, gratuita, que ofrecía información útil a la población. Fue el inicio de lo que luego sería El Gráfico que él formó como un semanario deportivo y que luego terminó en diario, ya bajo el control de su hermano Jorge, quien también terminó haciendo política pero de una forma bastante diferente a la que mostró Roberto a lo largo de todos sus años de militancia en la Democracia Cristiana.
En este país, donde ser político es sinónimo de tantas cosas malas y hace a cualquiera acreedor del merecido desprecio de la gente, hablar de una personalidad como Roberto señalándolo “político decente”, literalmente hablando, es mucho decir y realmente me parece que es un reconocimiento justo a su trayectoria, tanto como opositor a los regímenes militares como por su papel de Presidente alterno de la Asamblea Constituyente y luego en su rol de Vicepresidente de la República y como una voz experimentada dispuesta siempre a dar sanos y buenos consejos a quienes pretendían actuar en la arena política. ¡Descanse en paz el viejo amigo!