Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La fecha del 6 de enero quedará para siempre marcada en la historia de los Estados Unidos por el ataque al Capitolio orquestado por el entonces presidente Donald Trump y su gente para impedir que el Congreso cumpliera con su mandato constitucional de oficializar el resultado de la elección realizada en noviembre. Huestes de fanáticos que asumieron sin pruebas fehacientes que la elección había sido manipulada a favor de los demócratas atacaron las instalaciones del Senado y de la Cámara de Representantes en una acción sin precedentes que cobró vidas y además puso en peligro serio y grave a los representantes electos por los ciudadanos.

Hoy Joe Biden, entendiendo lo que significa el que a un año de distancia haya tanta gente que elogia las acciones vandálicas contra el Congreso, pronunció un serio discurso afirmando que se trató de un golpe a la democracia promovido por las mentiras mediante las cuales Donald Trump trató de darle vuelta a un resultado electoral impulsando acciones violentas de sus seguidores más fanáticos. Y si ese hecho queda impune, Trump continuará con su patraña, envenenando la mente de muchos ciudadanos que lo ven como un líder sin entender que se trata de un megalómano que no puede ni pudo aceptar una derrota electoral que fue resultado de sus mismos errores y excesos que hicieron salir a las urnas a mucha gente harta de un comportamiento errático y nefasto.

Biden llama a los ciudadanos a luchar porque se conozca la verdad, que se esclarezca absolutamente lo ocurrido y las responsabilidades en ese ataque a la democracia porque sin llegar a ese punto, es evidente que el problema persiste y se vendrán nuevas acciones promovidas por esas mentes enfermas que repudian la existencia de un sistema en el que el voto de la población es el que decide quién debe gobernarlos.

Ninguna de las denuncias presentadas por Trump y su gente sobre supuestas anomalías, no digamos fraude, en las elecciones fue aceptada por ninguna instancia no obstante la forma en que durante los cuatro años en que gobernó al país colocó a abundantes magistrados como para tener control del sistema de justicia. Pero ni siquiera los que él nombró pudieron avalar ninguna de las denuncias por incoherentes y carentes de pruebas.

Pero aún así hoy día es muy alto el número de ciudadanos norteamericanos que siguen repitiendo las mentiras de Trump y esas huestes crecerán en la medida en que se siga con la prédica de Goebbels en el sentido de mentir y mentir hasta que la mentira parezca verdad.

La insurrección de enero del año pasado no termina allí si no se aplican los castigos correspondientes.

Trump seguirá negándose a aceptar su derrota porque su ego lo obliga a seguir mintiendo pues admitir el revés es impropio para su figura y su marca. Tristemente son muchos los que no caen en la cuenta del juego trumpista e impresiona cómo el Partido Republicano, ese que tanto se identifica con los corruptos de Guatemala (que casualidad) está sometido a un individuo que ni siquiera se identifica con las ideas que han sido el sustento histórico del “Grand Old Party”.

Estados Unidos se está jugando su futuro en este debate sobre lo ocurrido hace un año y Biden lo ha entendido y promete actuar en consecuencia.

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