Los electores guatemaltecos llevan años llegando a las urnas con la determinación de elegir al que les parece el menos malo de los candidatos a la presidencia y el resultado ha sido fatal porque está demostrado que cada vez se termina haciendo la peor elección, lo que adquiere dimensiones dramáticas luego del sonoro destape de la cooptación del Estado y la galopante corrupción que salió a luz con el proceso La Línea el cual abrió la brecha de numerosas investigaciones que llegaron a demostrar el inmenso nivel de podredumbre en el manejo de la cosa pública.
Justo en medio del fragor provocado por esos juicios (maliciosamente retardados por los acusados y que aún hoy siguen entrampados) se vino la elección en la que, por supuesto, la gente no quería elegir más de lo mismo y eso abrió las puertas para que un payaso que se había postulado lanzando como lema de presentación simplemente que él no era ni corrupto ni ladrón, le valiera para ser electo Presidente de la República porque los electores pensaron que no querían nada que ver con la vieja política, en ese momento representada con toda propiedad por Sandra Torres.
Los hechos demuestran que puede aplicarse al pie de la letra aquello de que resultó peor el remedio que la enfermedad porque Jimmy Morales superó con creces a todos sus predecesores y sistematizó no sólo el saqueo sino que creó los mecanismos de impunidad que ahora son el verdadero cimiento de lo que está ocurriendo en el país. Hizo muchísimas cosas malas, pero poco supera a su acertada decisión de escoger a Consuelo Porras para dirigir el Ministerio Público porque si alguien ha cumplido la palabra empeñada es la “doctora”.
No digamos lo que pasó luego con el que se presentó por enésima vez como candidato presidencial y al que también le tocó la suerte inmejorable de tener que enfrentar a la misma Sandra Torrres que genera un voto consistente, pero también un antivoto abrumador. Lo que más repitió en campaña es que no quería ser recordado como un hijo de puta más que pasó por la presidencia y en honor a la verdad hay que decir que sí ha cumplido su palabra porque lejos de ser uno más, se ha colocado la medalla de ser el peor de todos los que han llegado al guacamolón, lo cual por supuesto suena a mucho decir pero resulta absolutamente cierto.
Estamos ahora empezando ya el famoso año electoral, cuando calientan motores todos los aspirantes a la Presidencia y se preparan ya las onerosas campañas que podrán llevar a uno de ellos al poder. Y, por supuesto, viendo el panorama se puede afirmar que la gente volverá a tener que conformarse con el menos peor, aún a sabiendas de que eso asegura que el tiro le salga por la culata y que el mandato resulte otorgado a quien llegará no sólo a seguir con la fiesta del saqueo, sino que mantendrá la tradición de que aquí cada uno que llega resulta peor que el anterior.
Es tan claro ese panorama electoral que nos debe obligar a pensar en el sentido que se le ha dado a nuestra falsa democracia y cómo hacer para cambiar ese rumbo hacia un profundo y tenebroso fondo que por lo visto nunca llegaremos a tocar, lo que obliga a repensar nuestro papel como ciudadanos y el sentido de nuestro voto.