Esta mañana, leyendo la columna de Alejandro Balsells Conde en Prensa Libre, supe de una publicación de Soy502 respecto al informe del respetado sitio Word Population Review que ofrece información detallada sobre la cantidad de habitantes del planeta pero, además, de cómo es que viven esas personas y cuáles son sus logros y deficiencias. Y el diario guatemalteco difundió parte del informe sobre Coeficiente Intelectual en el mundo que nos deja terriblemente mal parados porque ocupamos el puesto 196 del listado que conforman 199 países.
Obviamente lo primero que uno se pregunta es cómo llegaron a establecer nuestra posición puesto que el IQ se obtiene luego de hacer una serie de exámenes a las personas, pero WPR explica que el estudio realizado en el 2019 por los expertos Richard Lynn y David Becker tomó como elemento los promedios obtenidos en exámenes comunes de Coeficiente Intelectual, afinados por mediciones adicionales como conocimiento en matemáticas, lectura y evaluaciones científicas, logrando mayor calidad de los datos, según explican en un muy objetivo comentario que no oculta que el estudio ha sido criticado porque al menos uno de los autores, Lynn, es señalado de ser creyente en la supremacía de la raza blanca.
En todo caso, el estudio fue hecho antes de la pandemia que, en el caso de Guatemala, hizo estragos entre los alumnos del sector público de educación porque no hubo forma de que pudieran recibir clases virtuales ni presenciales. Y si nos referimos a lo que se sabe de resultados de exámenes de matemáticas y lectura entre los estudiantes guatemaltecos, no nos puede sorprender la pésima calificación que refleja el estudio de referencia.
En otras palabras, por mucho sesgo que alguien pueda encontrar en el estudio, aunque los países mejor situados no son precisamente de raza blanca pues los 6 primeros son asiáticos, el estar en la peor posición del continente americano y a solo tres posiciones del último lugar es algo vergonzoso y, peor aún, una cuestión grave para el país y para su futuro.
Pero como a las cosas hay que llamarlas por su nombre, ese descalabro que nos coloca como uno de los países con peor IQ de todo el mundo, es el legado del magisterio que se organizó bajo la batuta de Joviel Acevedo y que abandonó por completo su misión y función porque todo ha girado alrededor de los pactos colectivos, dejando a un lado aquella vocación casi apostólica que mostraron siempre los educadores en Guatemala.
Quienes han ocupado el Ministerio de Educación en las últimas décadas han sido simplemente títeres de ese magisterio organizado y trabajan para ellos, para tener contento a Joviel y su gente de manera que sigan siendo el puntal político más importante de la Dictadura de la Corrupción. En estos días vimos la fuerza de la organización magisterial y su sumisa disciplina a lo que dice su líder máximo e inspirador, todo centrado única y exclusivamente en dinero sin que la calidad de la enseñanza ocupe ni siquiera una pizca dentro de la escala de preocupaciones.
No parece fácil revertir ese desastre porque el magisterio, como se concebía históricamente no sólo desde el punto de vista del aula, sino en el ejercicio del civismo, hace rato que fue sepultado entre montones de páginas de los pactos colectivos.