Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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No me atrevería a decir que tuve la suerte de nacer en una familia de periodistas porque, como muchas veces en momentos críticos se lo preguntó mi padre, a saber si no hubiera sido mejor tener una fábrica de chorizos que una fábrica de noticias que reflejan verdades y realidades que molestan a muchos.

El caso es que mis primeros recuerdos se remontan a los días azarosos de 1954 cuando anduvimos a salto de mata luego de que mi abuelo fue conminado a ir a la Dirección de la Policía junto a otros periodistas y antes de que lo pudieran detener aprovechó la oscuridad provocada por el vuelo de un Sulfato, aquellos avioncitos de la CIA que sembraban tanto terror que el ingenio chapín los bautizó con ese nombre, para escabullirse buscando algún refugio.

Con el tiempo he sido crítico del papel que jugó la prensa, incluida La Hora, al convertirse en parte de la conspiración montada por la Frutera para defender sus intereses inventando la patraña de que los rusos (Los de Stalin, no los de Putin) habían sentado reales en Guatemala, pero el caso es que por aquellos días previos a la famosa Liberación viví lo que sería la primera de una larga lista de experiencias sobre lo que en países como el nuestro implica el ejercicio del periodismo que no se puede conformar con sólo observar realidades lacerantes sino que las tiene que denunciar y señalar a quienes las causan.

Siempre entendí que la persecución es parte de esta vida y me lo recordaban los 14 años de exilio de mi abuelo y los numerosos atentados en su contra. Cuando ya empezaba yo a intentar mis primeros pasos dentro del periodismo, me tocó sufrir la muerte de compañeros de la redacción que fueron asesinados en aquellos primeros años del largo conflicto armado que sufrimos en Guatemala y que tenía sus raíces más profundas en aquellas jornadas de 1954, cuando se truncó el esfuerzo iniciado con la Revolución de Octubre para transformar al país y sacarlo del viejo feudalismo.

A lo largo de más de cincuenta años de ejercicio del periodismo he tenido un prolongado y perpetuo proceso de aprendizaje que me ha permitido ver desde perspectivas diferentes, casi siempre lacerantes, la realidad del país. He sido también testigo del esfuerzo y el sacrificio de muchos ciudadanos, hombres y mujeres, que lo dan todo no sólo para prosperar ellos sino, sobre todo, para ayudar a que otros prosperen. Fui parte del esfuerzo que se hizo en el proceso de paz por visibilizar nuestro ancestral problema racial que la sociedad siempre metía bajo la alfombra, negando la existencia de comportamientos racistas que condenaron a tanta gente a la más absoluta exclusión.

Imposible hacer un balance de tantas y tan ricas vivencias en una columna, pero lo más importante es que se trata de una experiencia que plantea retos exigentes porque se entiende que escribir en un medio y, sobre todo, dirigirlo y, en el proceso, ayudar a la formación de tantos jóvenes colegas, es mucho más que hacer un trabajo. Es volcarse día a día para realizar una vocación que más que un medio de vida es una especie de compromiso personal que demanda más y más en la medida en que se comprende el drama de la realidad nacional.

No concibo el periodismo sino como compromiso, como una interminable batalla en busca de la justicia entendida en el más amplio de los sentidos.

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