Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Tras la infausta publicación en redes sociales del anuario del Liceo Guatemala los usuarios se ensañaron contra los patojos que se graduarán de bachilleres este año, haciendo mofa de sus aspiraciones pero la verdad es que lo que debiéramos sentir muchos es la vergüenza al pensar que casi todos los que hemos vivido aquí desde la última mitad del siglo pasado a nuestros días, somos responsables de heredar un país en peores condiciones que las que nosotros encontramos al nacer. No cabe duda que algunos, individualmente, hemos podido prosperar, pero si pensamos en el país y lo que le ofrece a la sociedad, nunca habíamos estado tan mal como ahora y eso me hace pensar que somos, tristemente, una generación perdida que por desidia, desinterés o miedo, decidió abstenerse de asumir deberes ciudadanos, dejando el campo libre a los que se encargaron de hacer pedazos al país.

Que los patojos de hoy tengan entre sus metas salir de Guatemala cuanto antes no es una novedad porque diariamente son miles los que emprenden la arriesgada ruta de la migración porque aquí no encuentran oportunidades para realizarse ni para mantener a sus familias. Yo nací en las postrimerías del gobierno del doctor Juan José Arévalo y la Guatemala de entonces era pujante, con instituciones que trabajaban en beneficio de la población y que disfrutaba de la democracia por la que la generación de esa época había luchado y se había expuesto. Y da tristeza pensar que cuando ya empezábamos a ver al país de cabeza, durante los gobiernos militares de los años setenta y ochenta, época en la que nacieron mis hijos, si bien se vivía un fuerte Conflicto Armado Interno y se hablaba de corrupción en obras como las hidroeléctricas y algunas carreteras, todo era aún mucho mejor que lo que ahora tenemos. Las carreteras de esa época están allí, lo mismo que las hidroeléctricas y los hospitales, mientras que ahora las carreteras son todas como el libramiento de Chimaltenango, que no aguantan ni el primer invierno.

Creo que esa etapa marcó a esta generación perdida, porque la represión hizo que se enseñara a los jóvenes a no meterse en babosadas, a no ser solidarios porque eso podía costar la vida y para un pueblo que mostraba raras veces actos de civismo, como aire con remolino botando a dictadores del tipo de Estrada Cabrera y Ubico, ese “no meterse” en nada fue una receta fatal, porque se agravó la indiferencia y empezamos a ver la destrucción del país como algo que no nos debía mover a protestar.

Desde la apertura democrática de los ochenta para acá, cada gobierno ha sido peor que el otro, por mucho, y seguimos impasibles, como si no fuera con nosotros la destrucción de la institucionalidad. El “no se metan” se llevó a extremos y ahora que es tan fácil desahogarse en las redes sociales y sentir que ya se hizo mucho con mentarle la madre al presidente, a los diputados y a los jueces corruptos, resulta que literalmente nadie mueve un dedo contra este esperpento de sistema.

Burlarnos y hacer acoso a los patojos del Liceo puede parecer simpático, pero no sólo es cruel sino que debiera darnos vergüenza porque ellos son producto del país que esta generación perdida ha dejado como herencia.

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