Cuando se programó la visita de Kamala Harris a Centroamérica hubo un comentario que justificó su decisión de centrar la actividad en Guatemala, puesto que el mismo Departamento de Estado consideró públicamente que el nuestro era el país que más ofrecía para realizar un trabajo conjunto en contra de la migración a partir del cambio de condiciones internas. Estados Unidos no tenía confianza en el gobierno de Honduras por las evidencias de vínculos muy fuertes con el narcotráfico y Bukele se mostraba poco dócil y cada vez más desafiante hacia Washington, lo que dejaba a Giammattei como el único “socio confiable” que podía servir para el lanzamiento del esfuerzo regional en contra de la corrupción como punto de partida para emprender la transformación interna que generara condiciones para reducir la necesidad de migrar.
Eran días en los que aún en la Embajada se creía que sin necesidad de recurrir al garrote se podría generar un clima de cooperación y hasta la presencia, exaltada por todos los funcionarios de Estados Unidos que visitaron al país, de Juan Francisco Sandoval era un aliento para suponer que todavía eran posibles algunos logros. A esas alturas, cuando se produjo la visita de Harris y se dijo que Guatemala parecía ser el socio más confiable en Centroamérica, todavía no estaban las declaraciones de testigos que luego colocaron contra la pared al mismo Giammattei quien, acorralado, se vio en la necesidad de hacerse el harakiri pidiendo a Consuelo Porras que destruyera las pruebas en su contra. Al entender que no era tan fácil lograrlo, Porras destituyó abruptamente a Sandoval y con ello se derrumbó la aureola que aún tenía Giammattei como el presidente “confiable” de la región.
Hoy en día Guatemala está sin duda en una condición por lo menos igual a la que ante los norteamericanos tienen Honduras y El Salvador, como países con los que por las buenas no será posible lograr absolutamente nada. Y si en Honduras el futuro no pinta bien ni siquiera sabiendo que se aproximan elecciones, en el caso nuestro las perspectivas todavía lucen menos alentadoras cuando se ve la forma en que se van ya definiendo los asuntos electorales, no sólo haciéndose de la vista gorda de la campaña anticipada sino evidenciando las preferencias que tienen los que se benefician con la existencia de nuestra nueva y peculiar dictadura que sigue fortaleciéndose mediante el control cada vez mayor de la institucionalidad.
Bien se dice que la Embajada guatemalteca en Washington dedica más tiempo ha mantener contacto con los trumpistas que le hacen la vida imposible a Biden que con la gente del Departamento de Estado, puesto que nuestro gobierno y quienes le sacan jugo a la dictadura saben que si ya los republicanos evangélicos fueron tan útiles en la era de Trump, ahora pueden ser la única tabla de salvación para evitar acciones que puedan poner en peligro su cómoda posición de impunidad y corrupción.
De todos modos, lo cierto es que si bien la postura de Estados Unidos es importante y puede ayudar, al final de cuentas dependemos de la capacidad nuestra para alcanzar acuerdos contra la nueva forma de dictadura porque sin que nosotros, como pueblo, demos muestras de alguna reacción, de nada sirve la visión clara que tienen en EUA.