El novelista, dramaturgo y poeta procede de una familia hidalga pero situada en el más bajo estamento de la nobleza caballeresca: es un hidalgo de condición humilde. Más debajo de su clase sólo estaban situados los obreros, los artesanos y los labradores como Sancho, su compañero de rumbos al azar y de -a veces- retumbantes personajes.
El término hidalgo procede del concepto de ser hijo de alguien reconocido, con limpieza de sangre, sin contaminación judía o musulmana, que puede ser un campesino adinerado (o medio pobre como Alonso Quijano, alias don Quijote) o un profesional no muy calificado o valorado -como el padre de Cervantes- una especie de dentista-barbero o médico de poca monta. No hace estudios universitarios porque su familia no puede costeárselos. Aprende en la universidad de la vida y se la busca desde jovencito. Las personas -en el contexto económico de Cervantes- tenían -por aquellos días- dos opciones: el Ejército o la Iglesia. No como grandes personajes de estas instituciones, sino como peones que podían acceder a una vida sencilla pero segura. Chafa y cura, comida segura, dice el refrán.
Se decide por las armas y como he dicho -debido a su inopia- sirve en el ejército de Felipe II (rey y reinado en el que transcurre la mayor parte de su vida) como simple y raso soldado y pasa las fatigas de numerosas campañas en Italia. Pero antes ha estado al servicio -también en el mismo país- del cardenal Aquaviva. Es allí y entonces cuando cursa las otras asignaturas que redondearán su formación. Cervantes domina el italiano y lee a los grandes del pre Renacimiento y del Renacimiento. Desde Sachetti y Boccaccio, hasta Ariosto y Boiardo, los grandes modelos que imitará -primero- y que luego superará con las “Novelas Ejemplares” y no se diga con “el Quijote”. Toma parte en la batalla de Lepanto de donde se deriva su famoso apodo. A su regreso de Italia -con rumbo a España- cae en manos de unos piratas argelinos, pasa cinco largos años en cautividad -encerrado en Argel- hasta que después de varios intentos fracasados de fuga, es redimido en 1580 (con treinta y tres años de vida) años que casi nada han tenido que ver con la creación de su propia literatura, inmerso en la solución de urgentes e impostergables problemas y asuntos económicos.
Ya en su casa de Madrid, encuentra a su familia completamente empobrecida -más de lo que estaba él- y endeudada. Nunca dejaré de insistir suficiente en la pobreza económica del escritor, porque es fuente potentísima de sus obras dolientes y atribuladas y exudantes de comprensible resentimiento social y, por tanto, documentos y monumentos sociológicos y políticos de incuestionable valor. Pero lo peor de lo peor de las injusticias: para él -soldado lleno de méritos que ha caído en cautividad en manos del enemigo de España- no hay empleo, no hay trabajo pese a que los gestiona. Tiene que conformarse con el modesto cargo de recaudador de impuestos. Entra en conflictos bancarios en los que da la impresión de quererse quedar con dineros de la Corona y va -de nuevo- a prisión. Cuatro o cinco veces en su vida Cervantes queda privado de su libertad y él mismo da a entender que es -en una de estas cárceles- donde comienza a escribir “el Quijote”. Suma de todos estos avatares vitales en los que Cervantes va dejando la piel -que lo nutre en el dolor- para ofrecer una visión del mundo descarnada, realista, sin tapujos y transgresora.
Continuará.