Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Poco después de haber cumplido cuarenta años de edad Arévalo Bermejo tomó posesión del cargo de presidente de Guatemala. Posiblemente –durante su infancia y adolescencia y en las costas del Pacífico– nunca le pasó por la mente que llegaría a presidir el cargo más alto de la República (allá en ese lejano lugar, para entonces, donde el tiempo transcurría entre plácidas cascadas en los ríos costeños, tibios y rumorosos) por elección directa del pueblo y en comicios completamente libres; y a ocupar asimismo los salones ricamente decorados (aunque no tan elegantes como se les supone) del Palacio Nacional, especie de macizo y rotundo alcázar, construido por encargo del repugnante e ignorante general Jorge Ubico, repugnancia osada y harta que Arévalo no disimulaba, como en cambio sí lo hicieron todos los guatemaltecos –en su día– paralizados por el terror que imprimía –seco y artero– el autócrata que  no practicaba ni el perdón ni la piedad. Osadía que ya traté con el affaire estadounidense y otros que se verá después

Es posible –insisto– que Juan José Arévalo no imaginara la posición que llegaría a asumir porque, aunque blanco, de ojos claros y estatura más bien alta, había nacido en un pueblecito casi sin relieves de la costa sur –Taxisco– que significa (taxiscobo) árbol o arbusto leñoso semejante al mangle aunque no acuático, muy usado para cercar en Alta Verapaz.

Taxisco pertenece al departamento de Santa Rosa y está muy cerca de las costas del océano Pacífico. Allí nació insospechadamente el futuro Presidente el 10 de septiembre de 1904. Fueron sus padres el agricultor y ganadero Mariano Arévalo Bonilla y Elena Bermejo de Paz, maestra de instrucción primaria, nacida en Chiquimulilla, pueblo cercano a Taxisco, y ambos con apellidos muy propios y típicos del  sur-oriente guatemalteco.

Guatemala es un país de admirables y asombrosos contrastes en muchos sentidos. En lo económico, en lo social (linajes, pueblos etnias) y también en lo climático y en lo topográfico: microclimas. 

En el altiplano se producen frutas como la manzana, la pera o la ciruela y granos como el trigo. Se crían ovejas y se trabaja la lana para arroparse del frío que desciende a temperaturas a veces bajo cero durante algunas temporadas del año. Por el contrario, el terruño de Arévalo (a lo largo del océano Pacífico y por lo tanto caluroso) está constituido por un cinturón de ubérrima tierra de unos 300 kilómetros de largo, en las costas cafeteras y azucareras, muy cerca del mar y de las playas y al inicio de la cadena montañosa que conforman las tierras altas de Guatemala, que produce (esta costa) además de piñas o papayas, un excelente ganado y lácteos de primera calidad. Ese es el cálido entorno que acarició la infancia y la adolescencia del futuro primer mandatario y que pudo haber incidido en su carácter audaz o en la base de su temperamento enérgico, resuelto y acaso osado.

Como su familia estaba muy lejos de ser adinerada (era de una clase media agricultora, propietaria de alguna tierra) desde muy pequeño –el que alguna vez devendrá Presidente– trabajaba duramente para extraer aquellos frutos a la fecunda tierra (que a veces era dura y seca como la castellana) y montaba intrépido a caballo y conocía todos los secretos para que las vacas ofrecieran a gusto y generosamente su leche. Por eso quizá Arévalo conoció a fondo –por ese entorno– aun antes de ir a la Normal, la realidad nacional, (la crudeza impía del estatus brutal del campesinado guatemalteco) y del pequeño propietario que en Taxisco no sólo estaba integrado por gente de su color sino por mestizos (o ladinos como nos llamamos en Guatemala) indígenas y hasta italianos, españoles recién llegados, turcos y judíos que se dedican al comercio y eran dueños de tiendas y pensiones y hoteles de la región. Aparte de los chinos que desde hace mucho tiempo comercian con todo y de todo a lo largo y ancho de la costa del Pacífico guatemalteco –como figuras grotescas y funambulescas– que aparecen en las novelas costeñas del ilustre guatemalteco Flavio Herrera, nueve años mayor que quien inspira estas líneas.

Continuará.

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