Los prerrománticos –que entroncan aún con el siglo XVIII-
Devoran todo aquello que estaba vinculado con el movimiento filosófico político de la Ilustración y, en general, con los impulsos renovadores de los teóricos de la Revolución Francesa. Leen –entre otros- a Rousseau, Voltaire, Diderot y también a Heine y a Schiller. Y tal conocimiento expedita el afán independentista de las colonias americanas. Gracias a este fenómeno podemos apreciar de nuevo cómo lo europeo –la Ilustración- se torna mestizo, criollo, ladino, americano. Tanto en el campo filosófico como en el literario. Desde luego lo que la Ilustración impulsa en Europa no es lo que propugna políticamente en América. Aunque sus acciones no son excluyentes.
De allí que podamos hablar de un mestizaje de la Ilustración en los textos –por ejemplo- de Simón Rodríguez, el maestro venezolano de Simón Bolívar. Rodríguez –filósofo y literato inadaptado e incomprendido en su tiempo- ya no va a hablar de una Ilustración a la europea, sino de una Ilustración y de una Revolución Francesa a lo americano. Que confirma su conocida sentencia de: “O inventamos o erramos”. Y aquella otra: “Mas cuenta no tiene entender a un indio que a Ovidio”. Para escándalo de los humanistas de su tiempo y espacio que seguían la Ilustración –y hasta el modelo neoclásico- sin mestizarlo, sin contaminarlo, es decir, remedando servilmente a la inventora de ideas: Europa.
Pero actitud paradójica –como todo lo suyo- la de Simón Rodríguez. Porque aun cuando se inspira ideológicamente –en abstracto- en la Ilustración y en lo europeo y sobre los cambios que sugiere la Revolución Francesa, habla de un ser y de un hacer netamente latinoamericano que invita a la no imitación de lo europeo, su técnica, su ciencia, su Estética.
La posición anti ortodoxa que frente a Europa asume Rodríguez es parecida a la que en otra clave ya había manifestado Rafael Landívar al cantar en latín el agro americano y exaltarlo –y aclamar lo guatemalteco- y es la misma también que se agudizará con los románticos, los modernistas, los criollistas y los literatos contemporáneos del realismo social. Esto es: el rechazo a una imitación cultural de otros sitios que no resulten enriquecedores, sino –por el contrario- mermadoras e incluso robadoras de nuestra propia personalidad cultural. La tengamos o no. O se encuentre en búsqueda y formación.
Por esto es tan hermosa y plausible la personalidad y los hechos de Simón Rodríguez (dicho sea de paso, bastante desconocida en América Latina) por haber tenido los arrestos de rechazar al imperialismo intelectual y exhortar al continente para intentar un cambio social que forzosamente tendría que dar un vuelco en el enfoque y ámbito de la cultura o civilización.
Porque si creemos en Latinoamérica, esto es, que Latinoamérica pueda crear y producir lo suyo mestizo americano –sobre todo en el estamento social- sin imitar modelos extranjeros, estaremos creyendo, asimismo, que este continente puede crear un teatro, una pintura y una literatura latinoamericana.
El mestizaje se abona en las raíces y se expande en las flores. No puede ser al revés. Y esto era lo que Simón Rodríguez pensaba y sugería enérgico. Lo escuchó fervientemente Simón Bolívar y por eso existe el bolivarismo americano y el término Libertador.
Vuelvo a usar la misma pregunta pero ahora aplicada a otro sector decimonónico: ¿Qué leían los literatos e intelectuales iberoamericanos del siglo XIX pero en el contexto romántico?
Continuará.