Pocos muy pocos son los poemas que María Josefa García Granados intentó escribir buscando resolverlos por la vía del auténtico lirismo (sentimental y subjetivo) en que la expresión de los sentimientos del yo íntimo del poeta (sus sacudidas y estremecimientos interiores) deben ser la esencia del poetizar.
Estas composiciones son las tituladas: “A la esperanza”, “Himno a la luna”, “A la ceiba de Amatitlán”, “La resolución”, “Plegaria”, “Despedida” “Al Duque de Rivas”, “A una abeja” y “La erupción del Volcán de Cosigüina” que Agustín Mencos.
Franco (uno de los pocos críticos de literatura que Guatemala tuvo a finales del siglo XIX) llamó “serios” de cara y por contraste a la versificación satírica y sí abundante –en cambio– de la famosa Pepita. Pero nótese bien: de ninguna manera Mencos Franco se atreve a llamarlos líricos.
De esta colección de poemas “serios” o no satíricos, podría seleccionarse dos o tres como balbuceante inicio de la poesía femenina guatemalteca, a los cuales todavía eliminaría algunas estrofas que hallo toscas y poco refinadas o acaso burdas. Por ejemplo y de los siete cuartetos que componen “A la esperanza” dejaría solamente dos estrofas. Pero esto sería como medio castrar a la ilustre escritora (que tanta admiración produce en quienes tal vez no la han leído) y los dioses me guarden de semejante profanación.
De sus otros poemas “serios” (como Mencos Franco los califica diplomáticamente para no mencionar el término lírico) “A la ceiba de Amatitlán” y el tan celebrado (con cierta justicia no lo dudo) “La erupción del Volcán de Cosigüina) diría yo que la falta de lirismo y de carga sentimental, íntima y subjetiva no radica en la falla de capacidad emotiva de la festiva poetisa, sino en su búsqueda por resolver en otra clave estos poemas. Clave que en la época de creación en que vive su arte la escritora ya había caducado estilísticamente pues ambos poemas están resueltos en el estilo neoclásico, sobre todo “A la ceiba de Amatitlán”, donde encontramos con gran claridad la huella de Landívar –de enorme presencia– pues la mano landivariana se ve en la descripción fría y objetiva del paisaje y en la exaltación de la naturaleza similar a la “Rusticatio mexicana”. Sin que haya ninguna endopatía ni mimetismo del paisaje con los sentimientos de la poeta –como debía ocurrir– estando ella inmersa temporalmente en el Romanticismo al lado de su amigo José Batres Montúfar. De manera que estos dos poemas no nos conmueven ni nos tocan líricamente por ese afán de Pepita de buscar moldes pasados de moda en su tiempo (el neoclásico literario) que fue bastante desafortunado en España y América Latina con raras excepciones como la de Landívar que hay que recordar que no escribió su famoso poema (en verso) en español sino en latín.
Quizá el más aceptable de los poemas llamados “serios” de María Josefa García Granados –que por la clave lírica intentó– es “Himno a la luna” en el que sí logra la endopatía romántica entre el paisaje y la artista pues ella –en esta composición en verso– sí se identifica con el satélite romántico por excelencia: poetisa y luna crean una irrevocable simbiosis. También hay una fuerza romántica indiscutible en un poema que se inspira en la muerte titulado “Despedida”.
Desafortunada en su búsqueda lírica. Pero pocas le igualan en su capacidad burlesca, jocosa y chancera. Pocas como ella para gozar de una lengua maliciosa, ponzoñosa y pérfida que festiva enfilaba –con Pepe Batres– en célebres composiciones como “El Sermón”, donde se aleja de la forma romántica, para volver a la Ilustración (neoclásica) más racional que lírica.
Por eso debemos definirla como escritora en verso pero no lírica. O sea: no poeta, esto es, versificadora ¡sí!, que no la convierte en poetisa. La casa del poeta, por idiosincrasia, es la poesía lírica en verso o en prosa.