O de cómo cada voto cuenta.

El hombre es el único ser del sistema solar capaz de activar y acelerar la evolución. Consciente de ello la obliga -de cuando en cuando- a apresurar sus pasos mediante la ciencia, el poema o la filosofía. Este avivar (o acaso precipitar) la evolución se llama Historia. Porque dentro de la Historia (y no como estaba ubicado el hombre pasivamente en el contexto de la pura y “simple” evolución) el hombre toma parte activa en el desarrollo histórico, la conduce según sus valores y la trastrueca para su éxito o fracaso.

Sin embargo, el hombre precede a la Historia en su estatus natural y por ello sigue siendo la célula fundamental de la historicidad (la sociedad es solamente el organismo donde estas células humanas se agrupan estructuralmente) y como tal se construyen a sí mismas: se auto fabrican socialmente –dejar de ser criatura para ser creador de su propia conciencia- y se marcan el paso y el ritmo de adelanto o atraso tanto de la Historia como de la sociedad. Es la dinámica humana de la cultura.

Yo soy individualista porque creo en el individuo y en la individuación. Si el individuo no pone todo su entusiasmo al servicio de las causas encomiables -y todo su interés y toda su esplendente voluntad- cualquier proyecto, doctrina, religión o postura social se vienen al suelo, fracasa. Fracasan por ello tantas doctrinas socialistas y populistas ante la coruscante, libre empresa o neoliberalismo. El tesón de esta última es encomiable porque pone todo su juego al servicio del individuo, de la individualidad y -a lo largo- de la individuación. Por ello dicen estar a favor de la libertad.

No me interesa demostrar las bondades y virtudes de alguna doctrina en especial. Muchas son encomiables (hasta el cristianismo incluso podría serlo con todo y su básico fatalismo). Si el hombre en general fuera responsable de la Historia todo proyecto, doctrina, ideario o sistema tenderían a triunfar pero el hombre casi siempre traiciona sus propios intereses y va en contra de sí mismo.

Lo que dije en las primeras líneas de este artículo, es lo que el hombre experimenta -a veces- a lo largo de un enorme período: la aceleración de la Historia. Pero el hombre fácilmente cae en la inercia, en la desidia y en la apatía -sobre todo en el mundo del socialismo- porque en el del capitalismo todo beneficio se logra de inmediato y a veces se accede a la riqueza. En el socialismo el individuo tiene que ser paciente y esperar  a que los beneficios lleguen lenta  pero colectivamente.

Parece que estuviéramos dentro de un gran dilema o paradoja. Somos individuos pero comprometemos a todos con un acto nuestro. ¡Sí, así es! Nuestras  acciones son ricamente individuales pero sus resultados son globalizadores. Actuamos como individuos pero labramos la Historia. Sin embargo, en el medio de este fenómeno simbiótico la voluntad del hombre, la “voluntad de poder” (no del poder) su intimísimo yo resulta ser la sustancia.

Es un poco complicado de explicar pero lo que quiero decir es que todo acto humano es personal, es íntimo pero compromete a todos en la Historia. Es importante el hecho de tener una ideología socialista o neoliberal, pero cuando actuamos lo hacemos como individuo. Cada voto cuenta pero el resultado es global. Cuando votamos lo hacemos en y con nuestra calidad individual –soy yo ante la urna- pero cuando se cuantifican los óbolos el resultado es social.

La Historia es escrita por individuos pero cuando la leemos el impacto es general: obtenemos una fotografía del conglomerado en una época tal o cual. Lo cierto es que cada gesto nuestro cuenta en lo personal pero acaba siendo una orquestación de  la totalidad.

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