Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Pocos ¡muy pocos escritores!, habrán logrado con sus obras modificar su medio y la historia como Jean Baptiste Poquelin, más conocido como Moliere. Si en algún artista se cumple el postulado de que la sociedad es reflejada de cuerpo entero en el arte –y de que el arte es el mejor espejo social– es en la obra de este hombre de teatro, que se sintió siempre más actor y director que dramaturgo, pese a que muy pocos autores teatrales han sido llevados tanto a escena y aplaudido ¡tanto!, como él.

Nada que pertenezca al ámbito social queda fuera de la dramaturgia de Moliere. Pintó los prototipos (casi arquetipos) eternos: “El enfermo imaginario” (hipocondría) “El misántropo”, “El avaro”, el hipócrita “Tartufo”. Los tipos y clases sociales más risibles y al mismo tiempo más censurables por inauténticos: “Las preciosas ridículas” o “El burgués gentilhombre”. Describió la falsedad cual pocos en “El médico a palos”.

Como en Cervantes, en Moliere también desfila toda la sociedad de su tiempo. Y asimismo, premonitoriamente, la del porvenir. Podría con sus obras dictarse cátedras de sociología y no digamos de antropología y psicología social.

Vive –en contrapartida– dentro del despotismo ilustrado y, no obstante, su sátira, su humor devastador y sus frescos y murales en que desfila la sociedad de su tiempo (casi siempre mal parada) recibe, si no la aprobación de toda la “cultísima” corte, al menos el discreto aplauso de Luis XIV que no tenía un pelo de tonto (cómo lo iba a tener con todas aquellas pelucas que empleaba) y quien comprendió que amordazar a Moliere habría sido como callar a Dios ¿O no se dice que por la boca del poeta se expresa la divinidad?

Sus obras se ponen por toda Francia a cargo de “La troupe de Monsieur”, grupo que él mismo había fundado. Pero también suben a escena en el palacio de Chambord (uno de los más bellos de la Loire pues tengo la suerte de conocerlo) donde se estrena justamente “El burgués gentilhombre”, acaso la obra más satírica y al mismo tiempo más espectacular de todas las escritas por él.

Moliere estrena “El burgués gentilhombre” delante de su majestad Luis XIV (el Estado soy yo, el rey sol) el absolutismo en persona, el despotismo ilustrado con peluca empolvada y tacones altos porque era más bien bajito ¡y no pasa nada!, al menos por parte del rey que no se inmuta y quien la segunda vez que ve la pieza (la primera guarda silencio) felicita a Moliere y le dice que su obra encierra verdad, bondad y belleza.

Dos clases sociales en abierta pugna son presentadas en el “Burgués gentilhombre”: el viejo feudalismo encarnado en la aristocracia ociosa y cortesana de le Roi Soleil y la naciente y creciente burguesía (creciente desde el Renacimiento) que entonces, al revés de nuestro hoy, era la clase social en desventaja. Equivaldría a una obra que hoy representara la pugna siempre presente ¡a pesar de todo!, entre la alta burguesía y el proletariado. Y que se representara ante una “majestad tropical” en cuya cabeza no anidara el despotismo ilustrado sino el despotismo ignorante.

Pero Moliere hace reír al Rey Sol porque, primero que nada, es un taumaturgo de la risa y de la entretención que fabrica espectáculos antes que teatro. Racine y Corneille son muy sabios y solemnes bajo el alero de la “Poética” de Aristóteles. Moliere –aunque hiere– siempre divierte. Y acaso por ello el rey de Versalles le permitió el desliz literario de criticar y poner en paños menores a toda la corte. Pero sobre todo al burgués.

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