Mario Alberto Carrera
Cuando Giammattei se refirió a algunas de las diligencias que realiza USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) y William Popp embajador de EE. UU. como indigenismo, no se equivocó. Tal vez una de las poquísimas veces que no lo hace.
Porque indigenismo (el término no se usa ya mucho en Guatemala por razones explicables) indigenismo -nos guste o no- es la doctrina y el partido que propugna reivindicaciones políticas, sociales y económicas para los indígenas y mestizos (ladinos) en las repúblicas iberoamericanas. Pero también puede ser el estudio de los pueblos aborígenes iberoamericanos que hoy forman parte de naciones en las que hoy predomina la civilización europea. Y, asimismo: exaltación del tema indígena americano en la literatura y el arte, llegando a conformar una corriente bien estructurada con obras literarias muy definidas y apreciadísimas como el indigenismo de Humberto Ak’abal. Y, por último, indigenismo es el término que pertenece a alguna lengua indígena iberoamericana o proviene de ella: jocote.
Como vemos, vasto, dilatado es el campo de acciones humanas que el término indigenismo puede cubrir en su homonimia. Larga y ancha es su “narrativa”, si queremos emplear una frase a la mode.
La semántica y la semiología son apasionantes porque apasionante es el ámbito de los signos en una sociedad. Y este término –indigenismo- que es un signo polisémico, puede abarcar desde doctrinas políticas y económicas hasta estilos literarios célebres en el continente como el de Ciro Alegría y “El mundo es ancho y ajeno” o “Huasipungo” de Jorge Icaza, porque otra cosa es el estilo indianista.
¿Qué botón oprimió Giammattei (queriendo con muy mala leche ser peyorativo y descalificador sin lograrlo) cuando clasificó y categorizó a USAID y al embajador Popp como indigenistas?
Porque en efecto Popp y USAID son indigenistas de pro que buscan -por esa y bajo esa designación- reivindicar a los habitantes de los pueblos originarios de Iberoamérica. Giammattei utilizó el término indigenista -condicionado por su republicanismo neoliberal- para señalar despectivamente a quienes luchan por el indígena, como los países cooperantes, en un contexto sobre todo estadounidense, de extrema derecha y súper neoliberal. Porque en tal contexto -al señalar a William Popp de indigenista- la voz y su semántica amañadas iba a caer en tierra “fértil” y adecuada para que el término se revistiera del traje rojo que conviene a Giammattei y sus secuaces: el de una corriente de pensamiento Demócrata-Biden -contraria a los Republicanos- de quienes Giammattei es servidor, así como al mundo neoliberal de extrema derecha guatemalteca.
Para Giammattei ser indigenista es algo despreciable (que no lo es en mi contexto) porque indigenista es el que está a favor de las luchas indígenas cual los países cooperantes, mediante instituciones como USAID. En el entorno de Giammattei, al calificativo de indigenista se le añade el de derrocador (así lo indicó claramente) conspirador y conjurador pues eso es lo que los indigenistas en general (de acuerdo con la paranoia presidencial) se supone que quieren: tumbarlo del cargo, pero con la ayuda (otro rasgo de su delirio) de Estados Unidos, su embajador, USAID, los países cooperantes y quién sabe quién más de la cofradía del Pacto de Corruptos.
¿Es correcto el análisis y la nomenclatura de Giammattei? Desde su punto de vista, enfoque y perspectiva -ultra derechista- sí que los es. Mas ¿quién no le ha expresado al Presidente la necesidad de que dimita del cargo? Pero no lo hará porque el CACIF le ha encargado otro trabajito. El de dejarle listo al sucesor que más parece será del sexo femenino y claro que en la línea de ultra derecha nacional que la librará -en la CC- de su parentesco con el que fuera Presidente de facto.
Al señalar de indigenista a Popp lo que hace -en su marco recalcitrante- es sindicarlo como el embajador que conspira su caída.