Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Leyendo una especie de reportaje sobre “la enfermedad del siglo” –el domingo recién pasado en un matutino muy popular- que la autora titula “Estrés hasta en la sombra”, se me vino a las mientes la reflexión de cómo las palabras a lo largo del tiempo -y sobre todo por apelar a eufemismos- van cambiando el signo mas no (en el fondo) el significante y el significado. Pero, en este proceso diacrónico que toda lengua tiene, a veces la lengua gana y a veces pierde. Pierde sobre todo cuando por querer edulcorar un significado, se cambia totalmente el signo o palabra y se deforma el significante o sea –en el caso de estrés- se dulcifica la enfermedad, la disfunción, el síntoma o el síndrome.

Cuando en 1970 comencé mi psicoanálisis (y cursé todas las asignaturas de la carrera de Psicología, de la que luego no me gradué sino que lo hice en otras) la palabra estrés no se usaba para nada. La usaban excepcionalmente quienes venían de países anglosajones a darnos clases y con un sentido muy limitado, no con el desproporcionado que tal significado, signo y significante ha asumido (por eufemismo y por la fuerza de los anglicismos en nuestra cultura) hoy.

Por curiosidad de lingüista, escritor y filólogo me puse a realizar un elenco de signos que, a lo largo de la historia reciente, han sido empleados antes que estrés (como sinónimos de estrés) o lo que la gente (munícipe y lectora de Buen Hogar) cree que es estrés. Por ejemplo, su equivalente: neurosis, que para nuestra sorpresa la utilizó William Cullen por primera vez, en 1777 y que designaba ciertas enfermedades nerviosas de tipo funcional, con lo cual no andaba lejos de la verdad. Sigmund Freud prefirió el término psiconeurosis para referirse a algo similar a lo de Cullen. Histeria la llamó Charcot, profesor de Freud en París.

Cuando en los años setenta, como he dicho, comencé mi reeducación o sea mi psicoanálisis con el Dr. Morales Chinchilla, más tarde con el Dr. Porras, después con el Dr. Forno y, por último cuando entré en la fase de la bioenergética, la programación neurolingüística, la hipnosis y la relajación, con el Dr. Yans; la palabra o signo estrés no era tan rica en significados. El tratamiento duró más de 10 años. Y al empezar, ni profesionales ni pacientes empleábamos nunca  la voz estrés que, dicho sea de paso, por aquellos días, la Asociación de Academias y la RAE, aún no habían integrado -el término estrés- en el DLE o en el DRAE.

Pero hay más. El término que mi madre usaba, más o menos para lo mismo era neurasténico. Y se lo endilgaba cara a cara y frente a frente a mi padre cuando quería picarlo en el punto más lábil. Ella también, como yo, era escorpión, pero no de mi misma ascendencia. La de ella se guardaba en frascos aún más pequeños.

Cuando se puso de moda en Guatemala la lectura de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Carl Jaspers (y sus famosas situaciones límite, situaciones límite de las que hoy en España le platica hasta el taxista) se prefería decir: él tiene conflictos existenciales en vez de neurótico; y Víctor Frankl creó la escuela de psicoanálisis existencial, por aquel entonces o década de 1950-60. Asimismo se empleó mucho -en vez de estrés- el galicismo surmenage y surmener que, en general quiere decir más bien: agotamiento o exceso nervioso. También -dicho sea de paso- antes se hablaba de neurosis de guerra (que es de lo que padecemos los habitantes de Guatemala o estrés post traumático) que es el hecho de haber sido llevado a una situación límite jasperiana.

Como vemos, de neurosis, a psiconeurosis y a estrés hay un largo recorrido. Y en el trayecto, signos, significados y significantes se han aberrado (para bien o para mal de la lengua española). Y en todo este tránsito sólo vemos un beneficio: que ya la gente habla con menos crispación y vergüenza del significado y del significante, porque al cambiar el signo neurosis por el de estrés (pues el estado neurótico muchas veces parece estar a un paso de la locura o del border line) les parece que el padecimiento se dignifica y ya no se les caen los anillos.

Pero hay que hacer la siguiente aclaración: no todo lo que es estrés es neurosis ni todo lo que es neurosis es estrés. Yo puedo sentir estrés en un autobús por lo mal que es conducido y, al bajarme de él, me alivio. Con la neurosis no pasa lo mismo. Me subo neurótico y al apearme del trasto no me mejoro. La neurosis es un conflicto, el conflicto entre el Principio de la Realidad y el Principio del Placer o la diatriba que se establece entre el superego y el id, sin que al ego o yo se le permita participar.

Eso sí que no es exactamente estrés. Eso es neurosis. Mucho cuidado. Que confundir es peor que ignorar.

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