Mario Alberto Carrera
La persona humanísima -y los hechos encomiables del juez Miguel Ángel Gálvez- se han tornado paradigmáticos y dignos de imitación para la población guatemalteca progresista y democrática, pero carente de valores dignos de imitación por la crisis cada vez más inmensurable de los mismos.
Desde su bizarra conducta durante los decisivos momentos de enviar a prisión al criminal Otto Pérez Molina en 2015 (miembro de otro diario militar cuando era el comandante genocida Tito Arias) nos pudimos dar cuenta del temple y la valentía de este juzgador que no se deja amilanar por tempestades castrenses.
Han sido de tal talante y ánimo los hechos de Gálvez que ya durante las peripecias de las elecciones presidenciales en que arribó Giammattei, se mencionaba insistentemente su nombre para convertirlo en candidato y creo que ocurrió lo mismo cuando lo fue Morales Cabrera. Pero ya en los dos casos hubo quien se ocupó en disminuir sus méritos y la iniciativa se marchitó porque de haber sido él el Presidente -o Thelma Aldana- quien ocupara el altísimo cargo, hoy sería otro el destino de esta patria que deviene jirones.
Más la “historia medieval” que nos alienta nos tiene reservado otro futuro menos halagüeño: el de ser el país de niños picapedreros que a diario dejan la sangre de sus manos desolladas en linderos cercanos a las carreteras que con cohecho se construyen en el país de cuando en cuando.
Pero el trabajo de Gálvez ha continuado concienzudamente y con denuedo. Ha hecho un trabajo revestido de una valentía pocas veces vista en la historia del país, porque desde cuando Thelma Aldana se vio orillada a abandonar Guatemala, las amenazas contra jueces y fiscales no han cesado y, no obstante, la presencia de Gálvez en su audiencia es permanente y firme y no se deja amagar, aunque lo conminen.
No es esta (la de ahora, la del Diario Militar) la primera vez que el juez Gálvez es perseguido por aplicar rigurosamente la ley que en otras ocasiones nefastas también ha ocurrido. ¡Tanto!, que la Corte Interamericana de Derechos Humanos solicitó y logró medidas adicionales de protección para su integridad.
Pese -como ya he mencionado- a que unos 15 operadores de justicia han tenido que abandonar el país por las mismas razones de persecución -y sobre todo amenazas- Gálvez, no obstante, se ha sostenido a salvo -y desempeñándose con la misma valentía. Esos quince personajes (entre jueces y fiscales) han tenido que pedir y lograr -en los Estados Unidos- el estatus de refugiados políticos, por lo que es imposible extraditarlos de EE. UU. para Guatemala. Lo que es plausible, pero penoso para los emigrados que pierden la patria. Tal es el estado de la justicia en el país.
La casta militar es intocable, casta no en el sentido de la India sino en el de su significado de bloque cerrado e invulnerable. Nadie puede nada contra ellos (sólo a nivel de chisme periodístico) están blindados contra cualquier ataque, censura o mala mirada hasta que apareció en el horizonte la CICIG, con el colombiano Iván Velásquez. Pero –a partir de la caída de éste, de la CICIG y de Thelma Aldana- se fortalecen día a día.
Desde hace más de un siglo la casta militar ha ido en crescendo y es poco permitido decir algo en contra de ella –demasiado ostensible- como institución. Y no digamos hace 20 o 30 años porque era declararse uno -a uno mismo- sentencia de muerte. Durante la guerra civil de 36 años criticar a la casta militar era imposible y hoy algunos de sus representantes –reales o en vicariato- creen que debe continuar siéndolo.
Miguel Ángel Gálvez tuvo la “osadía” de enviar a juicio por asesinatos, desapariciones forzadas y violencia sexual a nueve militares retirados que ejercieron terror durante el conflicto armado. Y aquí comenzó de nuevo el calvario de Gálvez que fue “sentenciado” por la Fundación contra el Terrorismo (Fundaterror) con un hoy “sí te toca”, refiriéndose a un hoy sí te toca morir por haberse atrevido en contra de los integrantes del Diario Militar o Dossier de la Muerte”: los nueve ya mencionados cuyo defensor Méndez Ruíz -hijo de un coronel de los mismos apellidos, implicado en hechos delictivos parecidos a los del Diario Militar, en la época del terror guatemalteco- es un perseguidor implacable.
La protesta de algunos sectores democráticos que simpatizan con el trabajo tan meritorio del juez Gálvez se ha hecho sentir en los medios ¡y más que se debiera manifestar porque el juzgador lo merece!