Sólo la locura puede guiar los pasos de la guerra. Esta es efecto de la pérdida del entendimiento, del juicio. Cuando dos países se enfrentan (y con ellos otros muchos aunque disimulada y calculadoramente) sólo la insania puede estar latiendo en sus ya corrompidos corazones.
La guerra arranca muchas veces –y la que estamos viviendo a la distancia no es la excepción– siempre del afán de posesión, de desear lo que no nos pertenece –y que es de tu prójimo– cuando es la avaricia, la avidez y la codicia lo que seduce a nuestras horas y días convulsionados. Es absolutamente indispensable transitar las vías de la irreflexión para matar a otro ser como yo, como si se tratara de un perro hostil y no de un ser lleno de providencias divinas y virtudes. Un ser humano imperfecto –aunque perfecto– en sus capacidades humanas y, sobre todo, ¡en plena juventud! Este es un pecado sacrílego: marchitar la flor de un manotazo, enviar a la muerte a juventudes que aún prometen todo, a una muerte en la que la destrucción se corona.
Los derechos humanos, los valores, la democracia se topan de frente con la guerra. Son su agonía y su muerte. Son su final y su sepultura angustiosa, febril, frenética. El futuro de su insania y de su olvido. La guerra es la tumba de los valores, su huesa y su punto de no retorno en medio del mar que atormenta la vida: verdugo.
La guerra es regresión, retorno al pasado. Desde un pretérito puramente irracional hasta el presente en que disimula su garra. Pero es más que garra. Desgarra profundo y al alma. La guerra de hoy tiene dos fieras inclementes: Putin y Biden a quienes guía sólo el espanto de sus odios y disensiones oscuras.
Biden y Putin. Traje, corbata y palaciegos modales patriarcales o machistas, copias de viriles estatuas de museos perdidos en el odio y en los siglos, más guerreros. Dos soldados para la guerra. Dos personas que han perdido sus mágicos envoltorios de paz y humanidad. Dos actores del mal, dos artistas de la perdición y la metralla. Los vemos y nos parece que son humanos pero es mentira, han comprado sendos disfraces para mentir y proveer de ganancias a los grandes trust y venderle el alma de sus pueblos al demonio, en fáustico escenario de falsas excusas y promesas.
Dos títeres de satanás –el dios de todas las guerras– guiado por la destrucción y la ávida codicia de la posesión de lo tuyo que hago mío porque me deslumbra su riqueza. Dos clowns, en sus circenses palacios –de blanco y de rojo– que hay perdido toda noción de la sensatez, el juicio y la cordura en su entrega a la psicosis y al frenesí bestial.
Saca toda su garra guerrera este enfrentamiento –en Rusia y Ucrania– pero nos golpea profundamente el alma en el universo-mundo, haciendo trepidar todo cuanto existe de un lado y otro del planeta porque lo que salta de cuerpo entero es la muerte, su agudo silbido, su ulular mientras soñamos en el fin. Y es un fin cuyo futuro no queremos prenunciar. Nos asusta su azufrada pezuña destructiva, su pezuña que acaso lleve escrito el final de la Tierra.
¿Sería posible una III Guerra Mundial? Después de lo que ocurre hoy –entre Rusia y Ucrania– todo es posible. Nadie creyó que Putin y Biden –y cada uno de sus secuaces– pudieran llegar a tanto y han llegado.
Mientras tanto y en la lejanísima Asia, en los entresijos de la República Popular Democrática de Corea del Norte, el fantástico y delirante Kim Jong-un, prueba su último juguete nuclear tratando de dar a su rostro inexpresivo, un dejo de infantil ingenuidad, de inerme cocodrilo.