Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Mario Alberto Carrera

Prohibir y desconocer la diversidad sexual es como prohibir la vida, porque la vida es diversa, la naturaleza es plural, los dioses griegos y latinos (las culturas más sabias del planeta) eran variados en sus preferencias sexuales. Eran espejos humanos. Los dioses, a ratos, actuaban las pasiones que inundaban al hombre. Entre más oscuramente se aleje una nación del mundo grecorromano, más se alejará de la vida y la naturaleza y se hundirá en la gris ignorancia medieval -como Guatemala- que siempre ha tendido a amoratados rituales donde un Cristo muere rodeado de terror.

La homosexualidad existió, existe y existirá. Por tanto es natural y negarla es la peor de las actitudes religiosas porque de todos modos brota donde menos lo esperamos, acaso en medio de la propia casa o de la misma religión que la reprime. Una ley perniciosa que vaya en contra de este principio asume una actitud anticientífica, alejada de la Academia y del auténtico quehacer intelectual.

La norma que fue aprobada el 8.3.22, por el iletrado y rústico Congreso de la República (con el espaldarazo del Ejecutivo y el Judicial): Ley para la Protección de la Familia y la Vida es un decreto que destila inepcia y necedad. Es una ley que podría haber sido legitimada en los más sórdidos espacios de la Santa Inquisición. Sólo allí se podía respirar tanto idiotismo alelado y tanta pretensión falsa de piedad y religión.

La diversidad sexual y su libre ejercicio se defiende hoy en los Estados más democráticos del planeta. Defensa que se hace ostensible y generalizada en Noruega, Suecia, Alemania ¡Holanda!, Italia, España. Y Estados Unidos y México en América, con todo y la imagen de súper machismo de la cultura mexicana. Guatemala ocupa los últimos lugares en todo. Incluso a veces más abajo que Haití y no iba a ser en tolerancia y aprecio de la diversidad sexual, matrimonio igualitario, difusión de la educación sexual escolar o despenalización del aborto donde ocupara un sitio plausible y encomiable por su desarrollo humano. Ocupamos, tristemente (y gracias entre otras cosas a la Ley para la Protección de la Vida y la Familia) de nuevo un postrer lugar de estulticia flagrante.

El 9 de marzo, día del cumpleaños del diverso Giammattei, será la fecha para conmemorar tan infortunada ley. Una ley que cuando se supere la infausta estancia de este Gobierno en el Estado, se deberá rescindir, anular y revocar totalmente por nociva. A no ser que a Giammattei lo suceda la hija del genocida mayor de la historia, asunto factible toda vez que también es hija dilecta de la actual Corte de Constitucionalidad -de extrema derecha- y simpatizante de los gobiernos paramilitares.

Entonces sí que deberemos provocar un movimiento revolucionario antes de que la estulticia mayor nos devore.

Como sabemos, la famosa ley (de la que todos habremos oído hablar a estas alturas) prohíbe el aborto en forma absoluta, definitiva y altamente penalizada y fue aprobada el Día Internacional de la Mujer acaso en honor a su libertad. Si algo es casi sólo propio de la preocupación femenina es el aborto y por lo mismo es tema “de la mujer”, de su propiedad y su físico. Sólo la mujer puede disponer de su cuerpo. Es su “propiedad privada”. Más propiedad privada que una finca o un rascacielos. En ese tema no deberíamos de entrar a legislar los varones. Es un asunto femenino y asunto central también del feminismo. Y absurdo es cuando imaginamos que puede ser metodología para el control de la natalidad.

La ley de marras, como sabemos asimismo, tiene que ver con prohibiciones entorno al matrimonio igualitario y la educación sexual en las escuelas que, no se impartirá en Guatemala. Queda a  discreción de los padres por traumatizados o neuróticos que sean. Y no es que los maestros no puedan ser neuróticos, pero al no ser familia no contaminan el campo psicológico con sus propios traumas.

Artículo anteriorEl costo de la vida en Guatemala
Artículo siguiente¿Hemos emprendido un camino sin retorno?