Mario Alberto Carrera
La historia de Chile no se parece a la de Guatemala pero debiera en ciertas circunstancias que nos favorecieran. Aunque Chile tuvo un Pinochet que se trepó sangriento sobre el régimen de izquierda de Allende –como Castillo Armas en Árbenz con el apoyo de la CIA en ambos casos- lo que devino de entonces para ahora entre los dos países, pinta muy distinto con mayor fortuna para los chilenos. La inteligencia colectiva de Chile ha visto claramente que sea cual sea el pensamiento post Pinochet, lo que no se debe perder de vista ¡y sostenerlas!, son las conquistas sociales o de “izquierda” que se han logrado. En cambio en Guatemala ocurre casi lo opuesto. El desarrollo histórico menguado y empobrecido cada vez más (con encomenderos jurásicos que frenan) permite el mantenimiento y el crecimiento a ultranza de un pensamiento de aliento colonial insaciable y, por lo mismo, en vez de conservar los pequeños pasos que hemos dado hacia el progreso social o democracia, esos pasos se hunden en la nada y Guatemala se tuerce más y más hacia una derecha obscena y bárbara donde el Pacto de Corruptos se sacia en su dinero.
Así las cosas, los recientes comicios chilenos nos dan un resultado peculiar y tal vez inesperado: la disyuntiva polar entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Pero de lo que sí estoy seguro es que gane la posición que sea las conquistas sociales o socialistas que Chile ya ha conseguido -y que son superbas- no se olvidarán ni se abandonarán –como sí que ocurre en Guatemala- sino que sobrevivirán si ganara José Antonio Kast, de cosumada extrema derecha. Más aún -como está ocurriendo y trascurriendo ahora mismo- la Constituyente chilena se encuentra redactando una Constitución que se espera será el modelo de una Carta Magna socialista, con respeto para todos especialmente para el ambiente, la ecología y las conquistas de la mujer.
Dictaduras militares (en Guatemala y en Chile) que se resuelven cada una a su manera. En Chile, progresivamente positivo. Pero desafortunadamente para Guatemala siempre tendente al militarismo, la autocracia, anti demócrata y anti popular.
II
Se ha vuelto una especie de tormento esto de las vacunas, su aplicación, sus lapsos de espera y, para colmo, sus “negacionistas”. El hecho de que ninguna de las marcas conocidas: Pfizer, Moderna o Sputnik no sean vacunas -stricto sensu- porque su funcionamiento no cubre el cien por ciento de los peligros contra la enfermedad ¡ni su duración es ilimitada!, hace que su aplicación tenga un perfil sui géneris con “refuerzos” quién sabe cuántas veces. Porque nunca se habló, por ejemplo, de una segunda dosis o tercera de refuerzo en el caso de la vacuna contra la TB o la viruela, al menos no en el caso de adultos.
Tal condición hace por ejemplo que se discuta quién debe ir a su turno de vacunación primero: ¿un niño de cinco años o un adulto de más de 60 para su tercera dosis o los sanitarios de primera línea? Cierto es que los niños y los jóvenes son el futuro del mundo pero también es cierto que dado el tipo de “vacuna” que tenemos, la misma requiere de segunda dosis y hasta de refuerzo para la tercera edad, en función de que los niños y los jóvenes pueden atravesar el coronavirus como si se tratara de los síntomas de una gripe fuerte.
Toca así la discusión casi niveles éticos porque nos lleva a pensar quién debe ser vacunado ¿un viejo o un joven?, pudiéndose apelar a sentimientos morales de suma sensibilidad –en este caso- porque ¿qué es moralmente más importante: el futuro que garantiza a la especie o el pasado que la fundó y la sostuvo por décadas o siglos sobre sus hombros?