Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Ramses II, el Grande, mandó a tallar en las paredes de los templos de todo Egipto, enormes murales que lo representaban victorioso, sometiendo a los ejércitos de los odiados hititas (pueblos del norte de Egipto). Hasta donde la piedra lo permitía se tallaron jeroglifos y se desplegaron vividas imágenes del famoso faraón derrotando a sus enemigos en recia batalla. ¡Viva Egipto! y viva el joven Faraón (tenía unos 20 años). El egipcio común que asistía a las ceremonias en los grandes templos “se tragaba” la versión oficial. Pero en Hatussa, capital del imperio hitita ubicada en el centro de Anatolia (actual Turquía), y en otras ciudades hititas importantes, se esculpieron escenas alegóricas de la misma gran guerra en donde aparece que se derrotaron a los odiados egipcios. ¡Que vivan los hititas! En pocas palabras cada parte difundió en sus ciudades una historia diferente. Lo que sucedió en realidad es que se dieron varias batallas con resultados alternos al punto que finalmente se sentaron a celebrar el primer acuerdo de paz del que se tiene registro histórico. Se comprometían las partes a cesar las hostilidades, a no exigir represalias y a extraditar a los refugiados. Se tuvo conocimiento de este convenio por el estudio del mundo egipcio, mucho más conocido e investigado; en 1906 apareció una tablilla, que en acadio contenía el mismo documento. Tan importante son esas negociaciones, denominadas “Tratado de Qadesh” (por la ciudad en que se celebró, actual Siria) que una réplica de dicha tablilla se encuentra expuesta en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York. 

Unos siglos después un gran escritor advertía a sus seguidores que se cuidaran de unas cartas supuestamente suyas; en otras palabras, algunas mentes torcidas se dieron a la tarea de difundir escritos que circulaban como si fueran escritos por san Pablo, del apóstol de los gentiles (Tesalonicenses 2,2). El advertía que se cuidaran de esas falsedades.   

Hablando de doña Flor, uno de los personajes de su novela histórica “Trafalgar” del siglo XIX, el escritor Benito Pérez Galdós decía que, “como la señora no tenía hijos ocupaban su vida los chismes de vecindad traídos y llevados en pequeño círculo por 2 o 3 cotorronas como ella y se distraía también con su sistemática afición hablar de las cosas públicas. Entonces no había periódicos y las ideas políticas así como las noticias circulaban de viva voz, desfigurándose entonces más que ahora porque siempre fue la palabra más mentirosa que la imprenta.” 

Los conservadores, allá por 1840 difundieron la noticia que Mariano Gálvez había ordenado contaminar los pozos de agua y de allí había surgido la temida peste bubónica. Pero eso de envenenar pozos es un tema muy antiguo, a lo largo de la Edad Media casi todos los pobladores de Europa occidental creían a pie juntillas que los judíos vertían venenos en los pozos y manantiales de agua, además se robaban niños para sacrificarlos en sus rituales. Y la gente lo creía, de ahí parte del rechazo y el odio antisemita. 

Es que la manipulación de las masas a través de información falsificada es tan vieja como la Historia misma. Miente, miente, miente hasta que la mentira parezca verdad, era el lema que se atribuye a Goebbles, el encargado de la propaganda nazi. Las ondas de Radio Habana en los años 60 y 70 proclamaban que Cuba era “territorio libre de América”. ¿Libre? De forma parecida el nombre oficial es República Democrática de Corea del Norte. ¿Democrática? Pardiez. Pero el colmo del sarcasmo y la burla son los lemas ¨Arbeit Macht Frei” (el trabajo nos hace libres) colocados en los portones de varios campos de concentración nazi, Dachau, Auschwitz.  

Y todas esas mentiras se desplegaron en épocas que hoy se nos antojan lejanas, oscuras. Los medios tecnológicos eran primitivos y no había surgido la digitalización. Una era nueva que se abre, donde las máquinas inteligentes y el anonimato encuentran su acomodo. Las personas ya no tienen nombre, tienen códigos. Los laberintos de la inteligencia humana se han sustituido por los logaritmos de las nuevas tecnologías. De esa manera es fácil que se multipliquen las noticias faltas, las informaciones tendenciosas, las manipulaciones colectivas que ahora cobran dimensión mundial. El nuevo negocio del engaño a través de los “net centers” que se difunden hasta con la colaboración, acaso involuntaria, de la gran mayoría de usuarios. Todos participamos en ese universo paralelo de mentiras. Todos somos cajas de resonancia. No podemos escapar de la fuerza gravitacional de ese torbellino incontenible de verdades manipuladas. Como dijo Georges Braquet: “La verdad existe, solo se inventa la mentira”. Y abundan las mentiras….. 

 

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