Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

En las casas de ayer, aquellas de gruesos muros y de baldosas amarillas y anaranjadas que daban color a los pisos. Aquellas de cielos rasos de machihembre y techos de tejas. En esas casas de alegres corredores de verdes colas de quetzales, de patios encerrados donde se resguardaba el calor hogareño y reverberaban los gritos de los loros. Casas humildes o señoriales, igual daba, lo que importaba era que, con toda devoción, se reservaba un lugar especial para colocar el nacimiento. Esta actividad se iniciaba en los primeros días de diciembre y ocupaba a todos los miembros de la familia. Desempacaban las cajas y renacían las figuras de los envoltorios que los apañaron a lo largo del año que declinaba.

Los señores de la casa, verdaderos artistas, recreaban primorosas escenas del campo y de un pequeño caserío. El pueblito de Belén. Por eso en muchos lugares, en vez de “nacimientos” le llaman “belenes”. Pero los nuestros son belenes “chapinizados”, al punto que en muchos casos los personajes visten la colorida vestimenta del altiplano. Complementan el cuadro los animales: ovejas, caballos, vacas, gallinas, hasta camellos. Ríos, pozas, hasta lagunas. Todo enmarcado con luces navideñas de colores y envuelto en aromas de pino. Cuadros encantadores en su primitivismo, pero que toman muchas horas de trabajo para su montaje. En todo caso, preparan el escenario para los días principales de la Nochebuena y la Navidad.

Los nacimientos eran ceremoniosos, no se instalaban como un formalismo, como un mero requisito para estar a tono con las fiestas cual complemento de las fiestas; no eran un montaje pasajero que se levantaba una vez pasada la Navidad. Ni tampoco días después, transcurridas las celebraciones del Año Nuevo. Ni siquiera se quitaban para la fiesta de Reyes. Debía permanecer por el mayor tiempo posible. ¿Hasta cuándo? Hasta que la Virgen llegaba a bendecir esos nacimientos en una fecha especial: el día de Candelaria. (Por mucho tiempo se acostumbró que para esa fecha se “devolvía” al Niño Dios previamente robado pero esa costumbre ha caído en total desuso.)

La celebración de Candelaria es un empalme, un sincretismo, entre la normativa vetero testamentaria y la descripción evangélica. En el Levítico se establece el rito de la purificación de las madres y en el capítulo segundo de San Lucas se menciona que la familia de Jesús, en fiel cumplimiento de esa prescripción, se presentó al Templo 40 días después del 25 de diciembre. De esta manera el Niño Dios sale de su entorno familiar, de su cuna, y se presenta al mundo, después de haber sido ofrecido a Yahvé. De alguna forma empieza así la “vida pública” de Jesús. Por eso también se le llama la “fiesta de las luces”, por esa luz que empezaba a iluminar el universo y por ello la Candelaria tiene siempre una vela en la mano izquierda (aunque a veces la tiene en la derecha), y en la otra mano carga al niño Jesús.

La advocación de la Candelaria tiene dos variantes. Originalmente era una virgen negra, como la de Montserrat, del Pilar, Guadalupe, Czestochowa, entre otras. Es obvia la relación de candelas con el humo. La tradición que llegó a América provino de las islas Canarias en donde “la Morenita” es la patrona de Tenerife y de todo el archipiélago. En Guatemala son varios los pueblos cuya fiesta patronal es el dos de febrero.
En Chiantla se venera una preciosa imagen de Candelaria vestida con pliegues de plata (rodeada de unos murales que se han descuidado). Además se celebra la Candelaria en San Juan Ostuncalco, Cunen, Flores, Costa Cuca y en la capital hay un templo y barrio que se conoce como “Candelaria”.

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