Luis Fernández Molina
La televisión, como alfombra mágica, nos traslada a otros mundos que coexisten en este mismo planeta. Son varios los canales que se han especializado en diferentes países y son muchos los “youtuberos” que han abierto sus propios canales donde comentan sobre regiones a las que se trasladan. Los contrastes de esos lugares con Guatemala varían por el clima, la topografía, la población, las costumbres, etc. Desde la sobrevivencia en Yakutia, Siberia, hasta las vidas de los nómadas del Sahara. Uno de esos canales presenta regularmente una serie de “destinos exóticos” calificando de 1 a 10 los diferentes lugares en su serie “Top 10”, comprendiendo a los 10 más exóticos del mundo. En reciente programa se incluyeron en esa privilegiada lista el altiplano de Ecuador, los bosques tropicales de Costa Rica, los parques nacionales del Canadá, aunque los primeros lugares correspondieron a Bali, y otras islas de la Polinesia e Indonesia.
Se describió a Bali, ubicada en Malasia como un mágico lugar que combina volcanes, cultura, historia y playas. Me dio gusto ver el programa pero al mismo tiempo me dio pesar y una sensación de frustración. ¿Por qué? Pues simplemente porque Guatemala debería haberse incluido en esa colección. Aunque sujeto a posiciones subjetivas la calificación refleja el sentir internacional de los destinos turísticos. Y Guatemala es un país que tiene mucho que ofrecer. Tanta variedad de climas sin recorrer grandes distancias. Muchas joyas preciosas engarzadas en una pequeña corona como las cuevas de Raxruja, las Aguas Georginas, Chikabal, la laguna de Lachuá o Semuc Champey. Verdes y profundas selvas (aún quedan algunas). Historia convertida en piedra como Tikal o Uaxatún; monumentos coloniales como La Antigua, tenemos en el altiplano una cultura viva que mantiene sus tradiciones. La majestuosidad del lago de Atitlán y el señorío de la ciudad de la Estrella. Insuperables paisajes de lagos y volcanes.
En playas quizá no estamos tan bien, pero en fin las tenemos. El litoral pacífico no es propicio para bañarse pero es diferente y atractivo por su característica arena negra. Nuestra ribera norte se adorna con el Río Dulce y la costa garífuna. Tenemos más tesoros que ofrecer que la mayoría de los destinos que aparecen en aquellas listas. Pero ¿qué nos hace falta? El escenario está dispuesto, los que fallan son los actores, el elemento humano, los visitantes. Por una parte la inseguridad que priva en el país y en segundo lugar la poca cultura turística que tenemos. ¡Qué precioso sería viajar por los caminos vecinales que conducen de Huehuetenango a Alta Verapaz pasando por El Quiché! Pero ello sería toda una aventura en el sentido literal, aventura al estilo Indiana Jones (escapando de los pandilleros) y no es eso lo que busca el turista, ya sea nacional o extranjero. Por otra parte son los propios actores que saldrían beneficiados con más turismo los que parecen boicotear el esfuerzo; ven al visitante como una pieza de cacería para el que lo tenga enfrente, empezando por el taxista del aeropuerto que sin mayores remilgos le cobra el doble si puede hacerlo igual que el vendedor de artesanías. Los hoteles que mantienen unas tarifas demasiado caras. Es cierto que debe imponerse el mercado, pero no entiendo cómo se mantienen precios altos cuando la ocupación es tan baja. Más que un proyecto conjunto, nacional, predomina una visión cortoplacista y mezquina como diciendo “que me importa que no se beneficie el turismo nacional si yo ya me he beneficiado”. Y así es muy difícil que nuestro turismo despegue. Si se superaran esos aspectos había que ir pensando en cerrar o reducir al Inguat. Guatemala se promocionaría sola, se anunciaría sola.