Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández

Con la venia de los amables lectores comparto el preámbulo del libro titulado como arriba se indica:

“21 DE MARZO DE 2017

SAN MIGUEL ESCOBAR, A CINCO KILÓMETROS DE LA ANTIGUA GUATEMALA, SACATEPÉQUEZ”

Un sonido distinto se escuchó al final del último golpe. El oído aguzado de Inocencio dedujo que la punta de su piocha había topado con un material diferente. No sonaba como los golpes repetidos al suelo o cuando picaba piedras que venía extrayendo del suelo. Era el ruido de dos metales que chocaban.

La herramienta de Inocencio Chicoj López había tocado un objeto ajeno que yacía agazapado entre la compacta tierra. Emocionado, Chencho, apodo con el que lo llamaban familiarmente, gritó al jefe de la cuadrilla:

–Por aquí, don José Luis. ¡Encontré algo!

José Luis Peña, un hombre alto y delgado, cuyas canas y pelo ralo denunciaban sus sesenta y tantos años de edad, se dirigió hacia el sitio donde excavaba Inocencio:

–Espere Chencho, ni un golpe más, déjelo como está. Que venga la doctora Whelan y el fotógrafo. Hummm, qué interesante…

Bajó una grada y tras largos minutos de atenta observación, ordenó:

–Tráiganme una espátula fina y una broca. Hummm… –murmuraba totalmente abstraído mientras, con mucha delicadeza, escarbaba alrededor de la pieza que emergía de su sueño histórico– esto parece un casco. Sí, es un morrión que probablemente sea del siglo XVI. Excelente Chencho, veo que usted tiene buena mano para estas cosas.

–Vea, doctora Whelan –dijo a la recién llegada— hemos encontrado vestigios españoles de los años de fundación de la ciudad de Santiago, sin duda alguna este objeto lo usó algún conquistador.

–Déjeme verlo– pidió la doctora, en un español con claro acento estadounidense– ¡Awesome! I´m sorry por expresarme en inglés, pero este hallazgo es fascinante don José Luis, esto confirma que estamos muy cerca del lugar donde se asentó la ciudad.

–Yo se lo dije Miss, se lo dije –confirmó satisfecho don José Luis, quien acostumbraba repetir algunas frases más importantes.

La doctora procedió a limpiar la pieza con brocha de finas cerdas. Poco a poco, después de varios siglos de oscuridad volvía a reflejar la luz del sol del mediodía. Conforme retiraba la costra de tierra, la pieza iba recobrando parte de su brillo original al punto que la arqueóloga podía ver el reflejo de sus ojos verdes. Por largo rato quedó ensimismada contemplando el casco. Le llamó la atención una marca, un hundimiento, en el lado izquierdo y se preguntaba: ¿A quién había pertenecido?  ¿Cuántos miedos cobijó y en qué batallas? ¿Quién habría sido el último que lo usó? Al contemplar la abolladura se preguntó: ¿Acaso el golpe habría causado la muerte del soldado?

Eran muchas las conjeturas que desbordaban su imaginación. Ese mundo casi de fantasía que constituye la esencia de la Arqueología. El encanto de descubrir las vidas de tiempos idos. Esa fascinación, casi seducción, por la que se había dedicado de lleno a esa ciencia y en especial al estudio del encuentro de las culturas europeas en Mesoamérica. Por ello se había enrolado en la primera convocatoria para la expedición que organizó la Universidad de Minnesota en coordinación con el Instituto de Antropología e Historia de Guatemala. Esa expedición tenía como principal objetivo localizar el sitio exacto de lo que fue la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala que, según los reportes históricos se asentó al pie del volcán de Agua, a una legua de la actual ciudad de La Antigua Guatemala.

–Qué inmensa alegría se va a llevar el doctor Buxton cuando regrese de la ciudad capital— agregó la doctora Whelan, conteniendo apenas sus emociones.

Los grupos de excavación siguieron raspando el suelo y diez minutos después, un voluntario, estudiante de Arqueología exclamó:

–Aquí hay algo más, doctora, venga, venga por favor.

A unos quince pasos del sitio del casco aparecieron una espada con el mango roto, un pectoral y otros objetos de metal.

–“Venga aquí don José Luis”. (Continúa).

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