Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

El problema no es en sí la migración, el problema es la transculturización. En el siglo XVI y XVII, se encadenaba a la gente para que fuera a trabajar a ciertos lugares de destino. Los cazaban, los amarraban y luego los embarcaban. Como esclavos que eran tenían valor, mientras más fuerte y dispuesto al trabajo mayor era el precio. Los terratenientes incluían en su patrimonio el lote de esclavos que tenían

Despreciable como es la institución de la esclavitud existe desde antiguo, desde el albor de las civilizaciones humanas. Desde que el fuerte y poderoso se impuso al débil. Son comunes las crónicas del comercio de esclavos en Roma. La manumisión es una de las instituciones de derecho civil que no hemos heredado de los romanos pero en su momento era común otorgar la libertad a esclavos en determinadas circunstancias. En nuestra Guatemala colonial hubo tráfico regular de esclavos, la costumbre se extendió hasta los primeros años de nuestra independencia. Cabe agregar que el Congreso de las Provincias Unidas de Centro América abolió la esclavitud más de sesenta años antes que lo hicieran los Estados Unidos de América y que la Rusia zarista liberara a los siervos.

Pero el escenario ha cambiado por completo. En vez de ir a “traer” mano de obra a la fuerza, ahora se le pone mil trabas. Las sociedades quieren mantener su identidad y son temerosos de cualquier amenaza a esa estabilidad. Sin embargo los Estados Unidos son un ejemplo claro de migración. Dejando de lado las primeras migraciones que llegaron de Asia hace muchos siglos, las consecuentes olas migratorias han llegado desde muy diferentes lugares: Reino Unido, Francia, Italia, Irlanda, Polonia, Rusia, España. A ello se suma la forzada introducción de ciudadanos africanos injustamente arrebatados de sus territorios. Luego la migración de países orientales y la de países latinoamericanos. Cabe señalar que salvo los primeros colonizadores, los peregrinos, ninguna otra comunidad ha pretendido “transformar” a la sociedad e imponer sus condiciones. Todos los pueblos que han migrado se han adaptado al sistema de vida estadounidense que no es más que la aceptación de una variación de culturas que se adaptan a un molde de tolerancia y respeto en base a un sistema legal que se basa en principios generales del derecho: la justicia, la equidad, el bienestar público.

En un medio productivo mientras más trabajadores lleguen más trabajo se va a generar. Cada persona aporta el esfuerzo que desarrolló en ese marco del sistema legal antes dicho. Las reglas del juego son claras y obedecen al principio de causa y efecto: quien labora con ingenio, diligencia y algo de fortuna va a prosperar.

El rechazo a la inmigración proviene dos vertientes, el primero es el temor a “perder” empleos, esto es, que los migrantes desplacen a los locales en esos puestos de trabajo; se ha demostrado que al contrario, donde más aporte laboral se canaliza la economía crece y oferta más oportunidades a los buscadores de empleo. Llama la atención que ahora, en Estados Unidos hay muchos lugares donde hacen ver que determinada actividad o servicio no se puede proveer como corresponde por la escasez de mano de obra. Por lo mismo abundan las solicitudes de trabajadores, claro está, de actividades básicas, repetitivas, aunque también de niveles superiores. El otro temor es el de una transculturización, por eso mal hacen aquellos migrantes que, en el lugar de destino quieren imponer las reglas vigentes en el lugar que abandonaron. Es claro que, quien acepta trasladarse a otro país debe respetar las costumbres de ese lugar e irse asimilando a esa nueva cultura.

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