Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Las novedades de estos días en los medios de comunicación mundiales son la entrevista de Tucker Carlson a Vladimir Putin –antes en Fox News, admirador de Trump– y el furor que ha causado en Francia Emmanuel Todd con su libro sobre La Derrota de Occidente. Es claro que los motivos de uno y de otro son muy distintos: Carlson esperando llevar agua al molino de los votantes de Trump, dada la enorme ignorancia que reina en Estados Unidos acerca del rol jugado por su propio país en el origen de una guerra cada vez más impopular y que el potencial candidato republicano no solo ha criticado abiertamente (todos sabemos las simpatías con que ha mirado siempre al autoritario presidente ruso) sino que, probablemente, estaría mejor colocado para sacar a la potencia americana del atolladero en el que los demócratas (y el complejo militar industrial) la metieron, junto a los obedientes europeos actuando en el marco de una alianza militar atlántica que cualquier persona con sentido común podría preguntarse qué diablos hace en las costas del Mar Negro. Todd en cambio es un científico social al que le interesa demostrar el error histórico y geopolítico en que ha incurrido su país –heredero de la honorable tradición del general Charles de Gaulle– al aceptar obsecuentemente los dictados de una OTAN expulsada de territorio francés cuando un presidente que se sentía humillado por la marginación sufrida durante la segunda guerra mundial (no fue invitado ni a Teherán ni a Yalta) se las cobró con la force de frappe nuclear, así como también destacar la capacidad predictiva de las ciencias sociales, como ya lo hizo cuando, a fines de los años setenta del siglo pasado, pronosticó la caída de la Unión Soviética con su célebre libro sobre La Chute Finale (la caída final, que lleva como subtítulo “la descomposición de la esfera soviética”) dándole continuidad al libro publicado a principios de siglo sobre la “descomposición del sistema americano” (Après L’Empire). 

Aunque habría que decir que muchas de las cosas que dijo Putin al comunicador estrella de nuestros días han sido bastante discutidas en la esfera académica y militar (John Mearsheimer, Stephen Walt, Jeffrey Sachs o los analistas militares Scott Ritter y Douglas MacGregor en Estados Unidos; José Antonio Zorrilla, Pedro Baños, Pablo Iglesias en España; Alfredo Jalife en México, por mencionar algunos nombres) es evidente que tanto el gran público norteamericano como el europeo se encuentran bajo la influencia de medios de comunicación que, sea por autocensura, sea porque creen en las explicaciones de sus gobiernos o por alineamiento ideológico tienen una visión sesgada, apegada a “verdades oficiales” que se aceptan acrítica y dogmáticamente. De manera que, escuchar del presidente ruso en su propia voz e idioma información sobre cómo la milenaria historia de Rusia se encuentra estrecha e indisolublemente ligada a la de Ucrania, como fueron los líderes soviéticos los que decidieron establecer la ficción de una URSS compuesta por repúblicas “independientes” (recordemos que Stalin hizo aceptar a Bielorrusia y a Ucrania como países soberanos con embajada propia en Naciones Unidas desde su fundación); de qué manera los americanos se negaron a aceptar a Rusia en el seno de la OTAN al final de la guerra fría, establecer defensas de misiles conjuntas o dejar de apoyar a los movimientos separatistas en la región del Cáucaso y como fue el golpe de Estado en Kiev en el 2014 lo que inició la confrontación violenta que llevó a la anexión de Crimea y a la revuelta de la población prorrusa en el Donbás a lo que habría que agregar el incumplimiento de los acuerdos de Minsk (la propia Ángela Merkel admitió que los habían suscrito solo para ganar tiempo y poder rearmar a Ucrania). O bien como, cuando ya se habían adoptado acuerdos para detener la guerra a principios de la misma gracias a las negociaciones en Turquía, dichos acuerdos fueron saboteados por la intervención de Boris Johnson; la destrucción del gasoducto Nordstream para obligar a Alemania a distanciarse de Rusia y comprar gas americano licuado mucho más caro y, lo que es peor – porqué resulta una amenaza existencial para Moscú, como lo ha venido reiterando John Mearsheimer en la Universidad de Chicago – demuestran que el fracasado intento de hacer ingresar a Ucrania en la OTAN es una de las causas principales del conflicto; el retroceso del dólar como moneda mundial de pago y el auge de China como potencia económica en fin, todo esto sí que resulta novedoso para un auditorio acostumbrado a escuchar siempre lo mismo. Además, habría que agregar la claridad con la que el presidente ruso dijo que se encuentra en la mejor disposición de negociar el fin de la guerra directamente con Estados Unidos, que bastaría con que cesaran el envío de armamentos o mercenarios a combatir al lado de un ejército que, lamentablemente, ha perdido ya buena parte de su juventud en la conflagración bélica. 

En cuanto a Todd, habría que destacar sus señalamientos acerca de la pérdida de los valores religiosos tradicionales (del protestantismo WASP cuya ausencia ha dado paso –dice Todd– a un nihilismo que es fuente de la violencia y malestar social que sufren principalmente los norteamericanos) como una de las causas de la crisis y la decadencia occidental, además de la desindustrialización provocada por la globalización y deslocalización de empresas; la disminución de la población que fomenta las grandes oleadas migratorias desde los países del sur global a lo que habría que agregar que Washington “cayó en la trampa que le tendieron los nacionalistas ucranios” (los neonazis, algo mencionado también por Putin y del cual Todd afirma no entender la “amnesia” de que padecen personas que –como él mismo– son de origen judío, al igual que Zelenski y el propio Secretario de Estado, Antony Blinken) impulsando una guerra que ya está perdida. 

Algo digno de destacar también es que Todd está de acuerdo con rechazar la idea occidental acerca del “neo imperialismo” del Kremlin. Con sólo 145 millones de habitantes (en Japón hay 125 millones en un territorio similar al de Alemania, más pequeño que Francia) y una inmensa extensión territorial pues con 17 millones de kilómetros cuadrados Rusia sigue siendo el país más grande del mundo, con un espacio geográfico que le queda demasiado grande a tan pequeña población. Recordemos que Putin sonrió cuando Tucker hizo alusión al tema al principio de la entrevista. “Seamos serios y no caigamos en un ‘talk show’”, le dijo. Pues bien, Todd aporta las razones objetivas para desechar la idea de una amenaza rusa a la que se enfrentarían no solo Europa sino Estados Unidos como si estuviésemos de nuevo en la época de la guerra fría. Recuerda que fue Rusia la que disolvió la URSS declarando a la Federación Rusa como país independiente y dejando al resto de las 15 repúblicas soviéticas hacer lo mismo. Esto obedeció al hecho genuino –nos recuerda el científico francés– que los rusos dejaban de ser un imperio (el soviético) para reconvertirse en una nación-estado “normal” y obviamente, con tan escasa población (y un gigantesco territorio a duras penas habitado por un mosaico de grupos étnicos) los rusos no necesitan de más territorio y menos aún se encuentran en condiciones de enfrentarse a la OTAN invadiendo Europa o tratando de reconstruir, por pura nostalgia, el imperio soviético-zarista. 

Por eso Putin ha sido claro (lo sugiere en la entrevista con Tucker Carlson) en que, ante la indeseable hipótesis de tener que enfrentar algún día a la OTAN desencadenando la tercera guerra mundial no vacilarían en la utilización de armamento nuclear táctico. Esto significa un claro abandono de la doctrina militar tradicional de no primer uso del arma atómica, recuerda también Todd y debería hacer reflexionar seriamente al complejo militar industrial estadounidense (el “equipo” al que tienen que consultar siempre los presidentes americanos y que son quienes realmente toman las decisiones) respecto a la necesidad de abandonar la doctrina geopolítica de Halford Mackinder, cesando en sus intentos de desmembrar el territorio de una Rusia que no va dejar que el “heartland” (el corazón del mundo euroasiático) deje de estar bajo el control de Moscú. Es completamente otra manera de ver las cosas, pero es claro que la única forma de negociar apropiadamente con el adversario es ponerse en sus zapatos. Ojalá que quienes toman las decisiones en Occidente lo hagan.  

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