Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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En este país en donde las cosas en lugar de mejorar suelen desmejorar, entre otras razones debido a la corrupción rampante que ha invadido casi todos los espacios públicos incluido –por increíble que parezca– al deporte, recordamos con placer los cincuenta años de la primera ascensión al Mont Blanc por montañistas guatemaltecos, miembros como éramos –aunque yo no vivía en Guatemala pues realizaba mis estudios de doctorado en París– de la Federación Nacional de Andinismo.

Subir a la cumbre más alta de los Alpes europeos representaba, además de su importancia simbólica, un desafío para guatemaltecos no del todo acostumbrados a pisar la nieve y escalar en roca, no solo porque en nuestro país no hay montañas nevadas sino que, a pesar de que todos ya habíamos escalado tanto los volcanes de México (el Popo, el Izta y el Pico de Orizaba) como hecho expediciones a América del Sur (en el Aconcagua en Argentina así como el Chimborazo y Cotopaxi en Ecuador) de todos modos nuestras andanzas por superficies nevadas tenían forzosamente que ser esporádicas y poco frecuentes. Así que nuestra experiencia era limitada, aunque gracias a la presencia de Roberto Monsanto (QEPD) en el grupo se pudo contratar un guía de montaña en Chamonix dado que, obviamente, no contábamos con ningún apoyo oficial (salvo un pequeño donativo para la compra de rollos para la cámara de cine) y todos los gastos corrían por nuestra cuenta.

Para más, gracias a una gestión mía dada mi residencia en París, el Club Alpino Francés nos dio una nota oficial de apoyo gracias a la cual obtuvimos descuentos en albergues y refugios. Por cierto, los otros dos escaladores eran el colega abogado Alfonso Ortiz Sobalvarro, quien ya antes había escalado en México y tenía una ascensión al Chimborazo, así como Luis Rosada Morán, que por aquel entonces estudiaba medicina en España y ahora trabaja en el INCAN.

El Mont Blanc parecería que es una montaña fácil pero incluso por su ruta normal de la Aiguille du Goûter hay que antes hacer escalada libre en los promontorios rocosos paralelos a la Aiguille du Bionnassay. Partiendo de la aldea del mismo nombre y de Saint Gervais se toma un ferrocarril eléctrico, de cremalleras, que sube hasta el refugio llamado del “Nido de Águilas”. Después se inicia la caminata por terreno boscos que lleva hasta el refugio de la Tête Rousse antes de emprender la escalada al refugio más alto del Goûter.

Años más tarde, siendo embajador en Rusia estuve en una expedición para escalar la montaña más alta de Europa que se encuentra en la cordillera del Cáucaso (que separa Asia de Europa y se encuentra entre el mar Negro y el mar Caspio), el monte Elbrus (una de las siete cumbres más altas de cada continente, igual que el Aconcagua) pero a pesar de sus 5,700 metros de altitud encontré que el Mont Blanc es mucho más difícil.

El recorrido posterior por el Dôme du Goûter ya es sobre el glaciar y requiere crampones, piolet y cuerda. Nos dividimos en dos cordadas, en la primera iba Roberto Monsanto con Luis Rosada y el guía. Salimos a medianoche del refugio de Goûter y llegamos a eso de las ocho de la mañana a la cumbre. El tiempo fue muy bueno durante todo el recorrido pero hay que admitir que, incluso comparado con el Aconcagua por su ruta normal, no por la pared sur o por el glaciar de los polacos por supuesto, el Mont Blanc es mucho más difícil desde un punto de vista técnico, aunque –por supuesto– en el Aconcagua (que ya habíamos escalado en compañía también de Roberto Monsanto, Carlos Prahl, Pedro Maury –ya fallecidos– y Jorge Baca) pesa mucho más su enorme altitud así como los súbitos cambios climáticos que, aún en verano, pueden provocar serios problemas a los escaladores.

Ese 9 de enero de 1973 fecha de nuestra ascensión es inolvidable, la inmensa extensión de los Alpes aparecía a nuestros pies y en la distancia podíamos observar el escarpado Cervino, el Monte Rosa, las Grandes Jorasses y otras cumbres formidables. Esa noche la pasamos en el refugio del Nido de Águilas en donde nos dieron posada porque ya no teníamos dinero para pagar el alojamiento, aunque al día siguiente, ya en Chamonix, Roberto Monsanto, siempre generoso, nos invitó a celebrar la ascensión a la cumbre con una botella de Champagne.

Años después (en 1988) hicimos otro intento de ascensión con Carlos Prahl, Jorge Baca y sus dos hijos, Carlos hijo y Alejandro pero era todavía el mes de junio, la temporada alpina no se iniciaba así que sólo logramos llegar a la Tête Rousse pues había demasiada nieve y el peligro de avalanchas era todavía alto. Luego estando en Ginebra como embajador tuve oportunidad de ir de nuevo a la cúspide de los Alpes, esta vez en compañía de mis hijos Diego y Luis Andrés al igual que Rodrigo Ortiz, hijo de mi buen amigo Alfonso pero no pudimos hacer cumbre dado que llegamos ya muy avanzado el día al refugio Vallot.

Estando en La Haya, en el 2003, hicimos otra expedición que nos permitió escalar el Gran Paradiso en Italia, el Monte Rosa en Suiza y un recorrido por los glaciares entre Chamonix y Zermatt, al pie del Cervino, de una semana de duración. En esa misma ocasión fuimos al Mont Blanc e hicimos cumbre con mis dos hijos y nuestro buen amigo mexicano Guillermo Vidales, pero tuvimos que pernoctar en un campamento sobre el glaciar porque el refugio estaba totalmente ocupado.

Luego en el verano del 2008, estando en Viena, con Rodrigo Ortiz escalamos el Grossglockner y el Grossvenediger en Austria, fuimos de nuevo al Mont Blanc pero el mal tiempo nos impidió llegar a la cumbre. En fin, es grato recordar esos días maravillosos en los picos alpinos que no volverán, salvo para Rodrigo que piensa ir de nuevo al Mont Blanc a conmemorar en su cumbre los 50 años de nuestra primera ascensión. Buena manera de celebrar unas bodas de oro con la montaña.

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