Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

El 6 de septiembre pasado se llevó a cabo en la Librería Sophos la presentación del libro de mi autoría “Antropoceno: Sustentabilidad o Extinción”. Por cierto, el concepto de Antropoceno pertenece al ámbito de las ciencias geológicas y no debe confundirse con “antropocéntrico”, un término que se refiere al cambio paradigmático ocurrido durante el Renacimiento consagrando la preeminencia del “hombre” como sujeto de conocimiento (en Descartes) al mismo tiempo que el humanismo –como doctrina filosófica– venía a sustituir al teocentrismo propio del feudalismo y de la Edad Media, cuando la Edad Moderna y la reforma protestante impulsaron la sustitución del catolicismo y del Vaticano como poder político supremo en beneficio del absolutismo monárquico y de la expansión colonial del capitalismo.

El concepto de Antropoceno es distinto esta visión antropocéntrica de la Edad Moderna y se refiere al cambio de época geológica del Holoceno al Antropoceno que es un fenómeno provocado por los seres humanos aunque en realidad hay que tener claro que se trata de una consecuencia del sistema económico, basado en el neoliberalismo depredador y salvaje que domina la economía mundial. Este tipo de capitalismo viene propiciando –desde la llamada “gran aceleración” de mediados del siglo pasado– tanto la transnacionalización de la producción como la liberalización comercial y el exacerbado crecimiento de las inversiones en la industria extractivista tanto minera como de combustibles fósiles, la desmesurada urbanización ligada tanto al crecimiento de la población como a la pobreza en los países colonizados por las potencias occidentales (y que aún mantienen estructuras de poder colonial), del aumento del consumo de energía derivada del petróleo, gas y carbón, de la antiecológica utilización de fertilizantes químicos en la agricultura, de la multiplicación de represas y de la exagerada utilización del agua para fines industriales, de la fabricación de papel, de los transportes, telecomunicaciones y turismo masivo etc. todo lo cual ha repercutido de manera negativa en el incremento de gases efecto invernadero (dióxido de carbono, óxido nitroso, metano, ozono en la estratosfera, nitrógeno en las zonas costeras) con sus consecuencias en materia de deforestación, expansión de la frontera agrícola y marina en materia pesquera y de acuacultura propiciando no sólo una degradación de la biosfera y sobre todo el alza de las temperaturas que a su vez es la causa del fenómeno del cambio climático con sus consecuencias en el incremento de la frecuencia de ciclones, huracanes, tormentas tropicales, sequías, incendios forestales provocados por las olas de calor tórrido en veranos cada vez más secos mientras que los glaciares de las altas montañas y los casquetes polares retroceden a pasos agigantados.

En nuestro libro afirmamos que el calentamiento global es la respuesta del planeta a esta sobrecarga a la que lo estamos sometiendo, la cual excede con mucho su capacidad de soportar a un sistema económico basado en el crecimiento ilimitado, cuando es evidente que en un planeta finito no puede haber crecimiento infinito. Por lo tanto, Gaia, la Madre Tierra o Pachamama, como la llaman los pueblos originarios –que desde siempre han comprendido con su profunda sabiduría que la Tierra es una entidad viviente, algo que ahora confirma la ciencia que la ve tanto como un sistema vivo (Lovelock, Margulis) como cognitivo (Bateson, Maturana, Varela) pues siendo el único astro del Sistema Solar que alberga una biodiversidad magnífica y portentosa al mismo tiempo que se autorregula (autopoiesis): “A medida que un organismo vivo responde a las influencias exteriores con cambios estructurales, estos afectarán a su vez su futuro comportamiento. En otras palabras, un sistema estructuralmente acoplado, es un sistema que aprende. Mientras viva, un organismo se acoplará estructuralmente a su entorno. Sus continuos cambios estructurales en respuesta al medio ambiente–consecuentemente su continua adaptación, aprendizaje y desarrollo –son las características clave del comportamiento de los seres vivos” como dice Fritjof Capra. De modo que es evidente que un sistema vivo como nuestro planeta, estructural y sistémicamente acoplado habiéndose percatado que nuestra presencia en su entorno le es perjudicial y dañina. Entonces la “venganza de Gaia”– como reza el título de un libro reciente de Lovelock– se está materializando con la crisis climática. Y a no ser que la humanidad entienda la ominosa amenaza que esto supone adoptando seriamente el criterio de la sustentabilidad para funcionar o, por lo menos, del desarrollo sostenible –como lo requieren los ODS y la Agenda 2030 de Naciones Unidas– el cambio climático podría conducirnos a la extinción de nuestra especie, algo que ya ha ocurrido en cinco grandes cataclismos de extinción masiva en la historia geológica del planeta. Y no solo son eventos climáticos relacionados con sequías e inundaciones. El 19 de septiembre pasado un sismo de 7.7 grados sacudió a México siendo un tercer sismo de esa magnitud de su historia reciente pues en las mismas fechas otro de 8.1 grados ocurrió en 1985 (10 mil muertos) y en el 2017 (369 fallecidos). Además ese mismo día se realizaba un simulacro. Un funcionario del Instituto de Geofísica dijo que se trataba de una pura coincidencia sin explicación científica. Convendría recomendarle la lectura de los científicos que mencionamos en este artículo.

Por otra parte, el libro se pregunta si para los países que han venido siendo llamados eufemísticamente “en vías de desarrollo” (como el nuestro) esto supone el fin de la “modernidad capitalista”. Por supuesto, partimos de la base que el continente americano en su conjunto (el Abya Yala de los indígenas) se introdujo de lleno en dicha modernidad capitalista a partir del proceso de colonización iniciado en el siglo XVI por españoles y portugueses, proceso proseguido posteriormente por holandeses, ingleses y franceses. Lo anterior significa que nuestros países no han pasado por ningún feudalismo medieval como suponen algunos y que nos ubicamos en ese capitalismo periférico propio de los países dependientes desde tiempos de la colonia. Por esa razón hay que “descolonizarnos” adoptando un proceso de desarrollo autónomo que inevitablemente habrá de transitar por las avenidas de la industrialización, aunque obviamente, dada la crisis climática y la importancia de la sustentabilidad y el acoplamiento a ecosistemas que son cíclicos (no lineales) deberá tratarse de economía circular, respetuosa del medio ambiente, basada en una producción innovadora y por eso mismo transmoderna, como lo sugiere Enrique Dussel o contrahegemónica, como sostiene Boaventura de Sousa Santos, postcapitalista (como propone Paul Mason) o basada en un socialismo democrático y participativo conforme a las ideas del gran economista francés Thomas Piketty.

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