Por Luis Alberto Padilla
Solo un estadista de dimensión internacional puede hacer las propuestas que hizo el presidente Gustavo Petro en la cumbre de la Comunidad Andina la semana pasada en Lima. Es notable que el presidente colombiano se haya atrevido a tocar en primer lugar la cuestión candente de la guerra de Ucrania, no solo porque con ello se distancia de las posiciones tradicionales de su país en el pasado reciente sino porque se atrevió a desafiar a Estados Unidos (y a la Unión Europea, que en este terreno ha evidenciado carecer de políticas propias optando por alinearse con las directrices de la OTAN) al pedir a sus pares que, dada la amenaza de que la guerra se extienda en el tiempo y en la geografía “afectando aún más las débiles condiciones económicas, sociales y ambientales por las que atraviesa el mundo” hacer” un llamado a iniciar conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia para posibilitar, por lo menos, que esta palabra (la paz) comience a discutirse en el escenario internacional y vayan cogiendo fuerza y espacio respecto a otra palabra: la guerra” (alimentada constamente por el envío de armamento occidental). Cuando constatamos que las cosas cada vez se ponen más peligrosas en ese conflicto bélico, al extremo que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha ofrecido mediar de nuevo (como cuando se logró el acuerdo para permitir la exportación de trigo ucraniano) esta vez para detener combates alrededor de la planta nuclear de Zaporiyia (en manos de las tropas rusas desde el mes de marzo) que, de ser objeto de algún impacto con misiles, podría desencadenar otra catástrofe similar a la de Chernóbil o a la de Fukushima. Sólo una persona con una genuina visión de los intereses de la humanidad puede optar por colocar este punto al inicio de un discurso dirigido a presidentes latinoamericanos.
El segundo tema al que se refirió el presidente Petro fue el de la fracasada “guerra contra las drogas” en marcha desde hace 50 años en la región pero que sólo ha servido para dar muerte a “un millón de latinoamericanos”. Destacó que en Estados Unidos las cosas no están mejor, pues las estadísticas de ese país señalan que “70 mil personas mueren cada año por sobredosis de otras drogas a las cuales no se le hizo la guerra, como el fentanilo” y en nuestra región “si uno pone en un mapa de América las ciudades más violentas del mundo, trazan el recorrido de la exportación de la cocaína ilegal. Por estas razones se propuso a los presidentes convocar a una conferencia regional “a fin de discutir la política de drogas, evaluarla, sopesarla con los números, ver objetivamente si conduce a algún puerto, o si al contrario nos está hundiendo en el fondo de un abismo violento, sanguinario, antidemocrático”. Ya antes presidentes latinoamericanos han criticado la política de drogas y propuesto cambios, pero al final de sus respectivos mandatos. Es la primera vez que lo hace un presidente en ejercicio que recién asume el cargo.
El presidente colombiano se refirió también a la crisis climática como otro de los ejes centrales para adoptar decisiones antes que el cambio climático nos conduzca a la extinción de la especie: “Somos el gran reino de la biodiversidad mundial, tenemos una de las grandes esponjas de absorción de CO2 después de los océanos, que es la selva amazónica. En cierta forma aquí están los pilares de la vida, pero a veces no somos conscientes de ello”. Añadió que Chile, Venezuela y Argentina podrían sumarse a estos esfuerzos para que “nuestra voz se escuche mucho más claramente en los escenarios mundiales”. Hizo ver que sus planteamientos son perfectamente factibles de ejecución si se lograra montar una red eléctrica integrada con fuentes de energía limpia, que puedan disminuir costos, generar desarrollo y contribuir en el cuidado del medio ambiente pues “entre más barata sea la energía eléctrica en nuestros países, más posibilidades de desarrollo, solo que las fuentes de esa energía deben ser las fuentes limpias: el sol, el agua, los vientos, y aquí habría toda una planificación para empezar, para impulsar y hacer en el corto plazo, porque no tenemos más tiempo”.
Al igual que ha propuesto hacer en Colombia, sin decirlo explícitamente, el mandatario colombiano sugiere retornar a las políticas de la CEPAL impulsadas en su tiempo por Raúl Prebisch. Recordó -como ha hecho en otros foros ante el sector privado- al traer a memoria que cuando tropas colombianas participaron en las fuerzas de paz de Naciones Unidas en la guerra de Corea de los años cincuenta Colombia era un país más avanzado que el país asiático pero que por no haberse industrializado se quedó atrás porque “país que no se industrializa es pobre…a nosotros nos corresponde la industrialización de nuestros países”. Para culminar su intervención el presidente Petro se refirió a otro de los grandes temas que han sido el motivo de sus discursos: la necesidad de fundar tanto las políticas de industrialización como de innovación económica en una reforma del sistema educativo que conduzca a democratizar los conocimientos y la educación en general. Se refirió entonces a la Universidad Andina Simón Bolívar, una institución fundada en 1985 que tiene sede en Ecuador (Quito) y en Bolivia (Sucre) así como oficinas regionales en Caracas, Bogotá y La Paz. Para Petro ésta Universidad debería convertirse -con el aporte de todos los países integrantes de la Comunidad Andina- en un centro de educación superior de vanguardia: “debería ser la Universidad estrella dentro de América, en términos de profundidad del conocimiento, de nuestra biodiversidad, de la ciencia y la tecnología” pues “no será posible el desarrollo, si no nos convertimos en sociedades del conocimiento y sociedades de conocimiento significa priorizar la inversión pública en el saber, en los saberes dentro de la sociedad, extendiéndolos a la totalidad de la sociedad”.
En síntesis, los planteamientos del presidente colombiano ante sus homólogos de Ecuador, Bolivia y Perú son visionarios, apuntan hacia un replanteamiento total de las concepciones que se han tenido hasta ahora en todos nuestros países. O, dicho en otras palabras, se dirigen hacia cambio de paradigma que pueda ser la base de sustentación de una nueva hegemonía cultural, de pensamiento, en la región. Hasta ahora los partidos de izquierda que han llegado al poder han fracasado en los intentos que se han hecho de cambiar el paradigma dominante (el neoliberalismo) porque en aras de mantener la estabilidad política y las buenas relaciones con el sector privado han terminado cediendo ante las demandas de este manteniendo el tipo de políticas que llevaron, por ejemplo, a la explosión social en Chile en 2019, así como también a los recambios políticos que han permitido la alternancia con gobernantes de derecha (Piñera, Macri, Bolsonaro, Lacalle, Lasso).
Por supuesto, lo anterior no significa que la alternabilidad en el ejercicio del poder no sea saludable para la democracia representativa, pero la demasiada condescendencia con las políticas neoliberales termina decepcionando a la ciudadanía que opta por los recambios hacia la derecha pensando que tal vez ellos si van a hacer algo para resolver sus problemas cotidianos. Obama no cumplió con sus promesas electorales y eso permitió el triunfo de Trump. Si Biden no actúa de manera más enérgica para que los norteamericanos recuperen su confianza en la democracia el autoritarismo antidemocrático de Trump retornará con fuerza en noviembre próximo. Por eso se necesita una nueva hegemonía cultural, un nuevo pensamiento: para promover un amplio acuerdo en torno a problemas comunes de la humanidad en la coyuntura presente: terminar con el enfrentamiento de las grandes potencias en relación a Ucrania o Taiwán, enfrentar apropiadamente el cambio climático con alternativas económicas sustentables que salven la selva amazónica y la reserva de biosfera maya, desmantelar el narcotráfico dando tratamiento a los adictos en lugar de ponerlos en la cárcel, descarbonizar la energía apostándole a las renovables, promover la industrialización de los países periféricos promoviendo un efectivo giro de colonial apostándole a la sociedad del conocimiento y la ecología de saberes (el Buen Vivir de los pueblos originarios) terminar con el extractivismo desenfrenado depredador de la naturaleza y un largo etcétera. Y todo lo anterior no es una cuestión ideológica, se trata de evitar la extinción de nuestra especie sobre el planeta Tierra, eso es lo que realmente está en juego.