Por Luis Alberto Padilla
Esta semana el Secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken respondió a Sergei Lavrov, canciller ruso, que su país no está dispuesto a suscribir el tratado bilateral propuesto por Moscú en la reunión que ambos sostuvieron en Ginebra la semana pasada, instrumento internacional que, según la propuesta rusa, estaba destinado a frenar la expansión de la OTAN hacia el corazón de Eurasia. Dicha expansión puede comprenderse como un claro intento geopolítico de consolidar la supremacía americana a escala mundial pues se inspira de las teorías de ideólogos imperiales como el alemán Karl Haushofer o el inglés Halford Mackinder, quienes, a fines del siglo XIX, aseguraron que la expansión territorial – el lebens raum o espacio vital como le llamaba Haushofer o la búsqueda de la conquista del heartland euroasiático, desde la perspectiva de Mackinder – era la fórmula apropiada para lograr la hegemonía mundial.
Sin embargo, como sabemos los intentos que hizo Alemania en las dos grandes conflagraciones bélicas del siglo pasado se estrellaron contra la firmeza militar rusa, que se encargó de impedir tal expansión al interior de sus fronteras como ya antes lo habían hecho contra Napoleón, los tártaros, los mongoles, los vikingos y un largo etcétera. No obstante, precisamente porque Estados Unidos participó en ambas guerras mundiales en contra de Berlín es que ahora resulta tan extraño que continúen empeñándose en una apuesta geopolítica que además de anacrónica es extremadamente grave e imprudente – porque implica el riesgo de una confrontación nuclear con el Kremlin – y no tiene posibilidad alguna de llegar a buen puerto, entre otras razones porque – como lo ha venido reiterando el gran geopolítico americano John Mearsheimer – el Pentágono se equivoca groseramente al considerar que su adversario principal es Rusia, cuando el verdadero rival de la potencia americana – según el profesor de Chicago – es el dragón chino y no el oso ruso. Por otra parte, además de ser un grosero error estratégico, el militarismo expansivo de la alianza atlántica – como señaló el propio Lavrov en conferencia de prensa al informar, en Moscú, acerca de los resultados de la reunión de Ginebra – soslaya la necesaria cooperación que se requiere para hacer frente a los verdaderos desafíos que confronta la humanidad en los tiempos presentes: el colapso climático, la crisis sanitaria provocada por la pandemia y otros problemas similares.
De manera que, una vez realizado el esfuerzo de encontrar esa salida diplomática al conflicto rechazada por Washington, se acrecienta el peligro que Ucrania pague los platos rotos. Y la sagacidad estratégica de Putin podría aconsejarle que, ante un gobierno ucraniano tan débil como corrupto y una Europa dividida entre los países occidentales que saben que la mayoría de sus ciudadanos se opone a aventuras bélicas y necesita del aprovisionamiento de gas ruso (el Nordstream) y los orientales (especialmente Polonia y Rumania, en donde Estados Unidos ha desplegado misiles) todavía resentidos por la opresión de la era comunista, ha llegado el momento de actuar.
Así las cosas no cabe duda que el peligro de guerra es real e inminente. Nada sería más catastrófico tanto para la salud del planeta como de los humanos que lo habitamos. Ni la Unión Europea ni Alemania están en condiciones de mediar en el conflicto. Los acuerdos de Minsk están en tela de juicio y las hostilidades en la región del Donbas continúan. Es por ello que, como aconseja Anatol Lieven convendría recordarle al presidente francés, Emmanuel Macron, las enérgicas palabras (y proféticas porque los ingleses terminaron abandonando la UE) que pronunció su importante antecesor, el general Charles de Gaulle, cuando se opuso al ingreso de Gran Bretaña al mercado común europeo de aquel entonces (¡Ya he dicho que no! ) así como la expulsión de la OTAN de suelo francés cuando los americanos se opusieron a compartir con los franceses el control de las armas nucleares, más la construcción de su propio arsenal nuclear (la force de frappe). Ya Macron ha reanudado las negociaciones del cuarteto de Normandía (Francia, Alemania, Rusia y Ucrania) y por ello mismo Francia se encuentra en condiciones inmejorables para hacer la propuesta que se requiere para salir del atolladero: la neutralidad de Ucrania.
Una Ucrania neutral es la única alternativa que permitiría salvar la cara a las dos superpotencias, porque si Rusia propone un tratado y Estados Unidos lo rechaza: ¿que mejor manera de solucionar el conflicto que convencer a Ucrania para declarar su neutralidad? .Los rusos se retiraron de Viena en 1955, después de ocuparla durante una década entera, cuando Austria se declaró neutral ese año y ofreció su capital para la instalación de otra sede europea de Naciones Unidas, además de la de Ginebra. Y ese fue el mismo arreglo que ha permitido a una Finlandia neutral coexistir pacíficamente no solo con la URSS durante toda la guerra fría sino también con Rusia en tiempos presentes. La neutralidad ha sido también de gran utilidad a países como Suiza, que evitó así ser invadida por los nazis durante la segunda guerra mundial, al igual que a Suecia, que por cierto, salvó a tropas franco-británicas de enfrentarse a la URSS en la guerra contra Finlandia en el invierno de 1939-40. En efecto, Suecia – país neutral – no autorizó el paso de ingleses y franceses por su territorio para auxiliar a Finlandia. Otro hubiese sido el fin de la segunda guerra mundial si la neutralidad sueca no hubiese impedido que Francia e Inglaterra entraran en guerra contra la Unión Soviética cuando esta todavía se sentía “protegida” por el pacto de no agresión firmado con Hitler. Francia tiene ahora una gran oportunidad de salvar a Europa de otra guerra garantizando la paz y seguridad en esa región del mundo que tanta destrucción y sufrimiento ha causado en tiempos pasados.