Luis Alberto Padilla
La semana pasada se publicaron varios artículos sobre el tema del crecimiento económico motivados por las estimaciones del Banco de Guatemala que nuestra economía crecería entre un 3.5% a un 5.5% en el 2022. El diputado Rodolfo Neutze da por sentado que así será, asegura que esto se debe a “una nueva y próspera manera de realizar el comercio internacional en la región” y que siendo Guatemala uno de los países “mejor portados” es de esperarse que éste sea superior al 4% para que el beneficio no solo sea para “un sector” (¿el CACIF?) de la población y alcance a la mayoría. Juan Alberto Fuentes – por su parte – asegura que los pronósticos del Banguat son un “gran espejismo” porque en el 2020 hubo un retroceso agregando que, si de comparar con décadas anteriores se trata, cuando en los años 70 el país creció a un promedio del 6% anual esto no fue resultado de ningún “rebote estadístico” de la economía mundial – gracias al cual ha habido un aumento en los precios de nuestros productos básicos de exportación así como un notable incremento de las remesas del exterior – sino a un buen desempeño económico estimulado además por la reconstrucción post-terremoto de 1976. Tampoco ha habido aumento de la inversión extranjera porque la compra de Tigo por Millicom no generó “capacidad productiva” y, por el contrario: “simultáneamente salió capital guatemalteco para adquirir empresas, bonos o acciones en otros países”. Vaya paradoja: Guatemala se mantiene gracias a los miles de millardos que envían nuestros compatriotas desde Estados Unidos y cuando a un multimillonario guatemalteco le compran su empresa este invierte en el exterior. Por eso Juan Alberto concluye que el problema básico es que “no estamos invirtiendo”.
En el mismo número de El Periódico, Aquiles Faillace dice que el “creci-miento” económico en Guatemala no es verdadero, señalando – al igual que Fuentes – que los fondos por la venta de Tigo constituyen una transacción entre particulares que “no trajo ni un solo empleo más” y que de todos modos “el dinero se quedó seguramente en el extranjero, en los mercados financieros internacionales”. Además Faillace señala que como el crecimiento se mide a partir del PIB hay que tomar en cuenta que este no se mide por la producción real de bienes y servicios sino por su facturación. Y actualmente se ha facturado más por el café (que se duplicó), por la exportación de azúcar (que subió un 40%) o el cardamomo (35%) sino también por la compra de combustibles (que subieron en un 50%) y hasta por el alza de los contenedores (un 300%), algo que – obviamente – va en perjuicio de nuestra balanza comercial, no en su favor. Tampoco facturar más por la exportación de commodities significa producir más quintales de café, azúcar o cardamomo. Esas son las trampas de medir el crecimiento en esa forma pues las cosas “malas” también cuentan, como cuando se reconstruye después de un terremoto o un huracán o bien, como dice el mismo Faillace, que Guatemala se haya convertido en trampolín del tránsito de drogas hacia EE. UU. cuyo consumo – por el confinamiento de la pandemia – tuvo un alza de hasta 30% que repercutió en el lavado de dinero “a tal punto que las denuncias ante la IVE se duplicaron, además de aumentar el índice de actividad financiera en más de 25%, aumento que al final se ve reflejado en el PIB”. Las remesas “sudor y lágrimas de los expulsados por tan ‘exitoso’ modelo económico” también son mencionadas por Faillace porque las vacantes en los puestos más bajos de la cadena productiva están siendo llenados por los migrantes irregulares, así que el empeoramiento en las condiciones de trabajo – resultado de leyes como la del trabajo por tiempo parcial – también contribuye al éxodo de nuestros connacionales hacia el país del norte. Por cierto, en otro artículo, Manfredo Marroquin también atribuye el crecimiento al efecto rebote “causado por la caída del año anterior, marcado por la pandemia” así como al incremento de los flujos migratorios, que demuestran que el crecimiento de nada sirve cuando no favorece a la mayoría de la población, que prefiere abandonar el país.
Evidentemente – y a excepción del diputado neoliberal que se equivoca de cabo a rabo – tanto Fuentes como Faillace y Marroquín tienen razón en su análisis. Sin embargo, los tres incurren en un error mayúsculo cuando parten del principio que el crecimiento de la economía, medido por el PIB, es un fenómeno positivo. En primer lugar, conviene recordar que ningún país del mundo ha sacado a su población de la pobreza por medio del crecimiento porque éste sólo beneficia al gran capital y a la concentración de la riqueza. Países como China, que lograron abatir la desigualdad (y, por ende, la pobreza) de cientos de millones de personas de su inmensa población con tasas de crecimiento de doble dígito, lo lograron porque las políticas públicas no quedaron a merced de la – inexistente – “mano invisible”, el Estado intervino vigorosamente en la economía para redistribuir la riqueza, fijó impuestos a los más ricos, regulando los mercados y poniendo penas drásticas a los corruptos y evasores. No se debe pues confundir el capitalismo de Estado de China – bajo la conducción del Partido Comunista – con el “laissez faire, laissez passer” propio del capitalismo salvaje occidental y los países que se mueven dentro de su órbita neocolonial. Cuando se ha logrado reducir la pobreza – Brasil, Uruguay, Chile, Costa Rica – es porque el Estado ha hecho caso omiso de las recomendaciones del “consenso de Washington” y ha aplicado políticas redistributivas mediante reformas fiscales progresivas, no regresivas.
En segundo lugar considerar el crecimiento como algo positivo y necesario para el desarrollo económico ignora la problemática ecológica y la amenaza mayor a la que se encuentra sometida la humanidad entera: el calentamiento global y su consecuencia, el cambio climático. La Gran Aceleración del capitalismo extractivista en los años de postguerra es la responsable de este último fenómeno, pues la extracción de petróleo, gas y carbón se encuentra en el origen de los gases efecto invernadero. Por consiguiente, o se detiene el crecimiento, se disminuye drásticamente el uso de combustibles fósiles descarbonizando la energía – apostando a las energías renovables – y se inician políticas de decrecimiento a escala mundial o las futuras generaciones estarán expuestas a la más grave amenaza de todas: la extinción de la especie. No se puede crecer ilimitadamente en un planeta limitado. Si se ignora la existencia de fronteras planetarias estamos condenados a extinguirnos. A largo plazo, no hay crecimiento sostenible. El crecimiento económico es un mito, un relato ideológico. No es científico.