El futuro de Guatemala, queramos o no, está en las manos de la ciudadanía, de todos los sectores sociales que deben reaccionar con madurez y civismo frente a un desafío que la historia pone a nuestras generaciones. Foto La Hora: Archivo.

 

Decir que Guatemala se encuentra en una situación crítica no es ninguna exageración; basta salir a la calle para darnos cuenta de que hasta en cuestiones sencillas y cotidianas, como el tráfico, el país va en retroceso, no digamos en cuanto a la calidad del gasto público y la inversión en desarrollo humano, temas que realmente ofrecen un panorama deprimente. Sin embargo, es notorio que nosotros, los ciudadanos, nos hemos enconchado en nuestro día a día para irla pasando lo mejor que se pueda, sin meternos a ninguna clase de complicaciones, sobre todo ahora que se ha hecho evidente que hasta por opinar le puede caer la viga a cualquiera.

Pero tenemos que entender que el futuro del país no puede quedar en manos de los pocos que se han concertado para aprovechar el poder en su propio beneficio, situación en la que están no solo los que actualmente lo detentan, sino muchos de los que aspiran a llegar a posiciones relevantes dentro de la política nacional. El futuro de Guatemala, queramos o no, está en las manos de la ciudadanía, de todos los sectores sociales que deben reaccionar con madurez y civismo frente a un desafío que la historia pone a nuestras generaciones.

La necesidad de alcanzar acuerdos es urgente porque cada día que pasa las cosas se complican más. Hacer un recuento de las serias dificultades que enfrenta cada ciudadano diariamente es imposible en un espacio tan corto, pero lo que sí podemos asegurar es que todos hemos adoptado la actitud de concentrarnos en lo nuestro sin pensar mucho en la sociedad y su futuro. Mientras a mí no me formulen ningún cargo inventado, no importa si se lo hacen a otros y en general esa es la postura colectiva de autodefensa y prevención. Durante el conflicto armado nos enseñaron nuestros padres a no meternos “a babosadas” y a callar para evitar complicaciones y esa enseñanza caló tan hondo que hoy, cuando el descalabro es realmente preocupante, somos muchos los que preferimos meternos más en nuestros asuntos para no reflexionar en los del país.

Ciertamente, no hay liderazgos que ayuden a encontrar un camino, pero cada uno de los ciudadanos puede ejercer esa función en su entorno, con sus más allegados y amigos, para iniciar un serio proceso de reflexión que permita unificarnos alrededor del sueño de la necesaria transformación del país para que sea promotor de desarrollo, de oportunidades y de ilusiones que no llegarán sin que surja un movimiento positivo de la misma ciudadanía, sacándola del letargo.

Redacción La Hora

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