Los debates organizados por instituciones serias que invitaban a los aspirantes a los principales cargos de elección popular a enfrentar sus puntos de vista servían de referente a los ciudadanos que trataban de tomar una decisión bien informada, resultado del análisis de las diferentes propuestas sobre la amplia temática de una nación. Ese tipo de procedimientos, que en otros lados se siguen utilizando y tienen enorme importancia, se vuelven prácticamente imposibles dada la cantidad de partidos y candidatos que participan en nuestros procesos electorales. No hay forma de que casi una treintena de personas puedan tener el tiempo para emitir juicios de valor, no solo sobre la situación y sus propuestas, sino sobre la calidad ética y moral de cada uno de sus contendientes.
Eso nos deja con la tarima y la propaganda que cada vez hará más uso de las redes sociales, lo que permite y fomenta el populismo que ha sido instrumento de la política en un país urgido de verdaderos estadistas que entiendan lo que sucede en la patria y la necesidad de profundas y reales transformaciones. Mientras más serio sea un estadista y mejor concepto tenga del país, mayor puede ser su desventaja a la hora de competir con quienes no se preocupen por la verdad ni por la seriedad de sus propuestas.
La mentira y el engaño se abren paso para atraer el voto de mentes crédulas que todavía le ponen atención a mucha farsa que caracteriza nuestro entorno político. La eliminación de la costosa Secretaría de Asuntos Administrativos y de Seguridad, así como del inútil Parlamento Centroamericano, fueron las promesas cumbres del último evento electoral y ahora arrancamos el siguiente, cuatro años después, con esas entidades fortalecidas no obstante la supuesta voluntad popular.
En la tarima, la música y los cómicos se encargan de entretener al auditorio, en buena parte acarreados gracias al aporte de financistas interesados y comprometidos con el candidato cuyo evento se prepara con elogiosos discursos para dar paso, finalmente, al escogido que puede decir una y otra vez las mismas mentiras, sin empacho ni rubor, porque nadie se encarga de evaluar la certeza de sus palabras.
El país ha sufrido marcado deterioro a la par del descalabro de nuestra clase política que no por ser tan numerosa puede ofrecer algo realmente distinto y esperanzador. Los ciudadanos tenemos que ser mucho más exigentes en el momento de decidir sobre el sufragio, tanto si se favorece a alguien o simplemente se abstiene, porque no podemos seguir eligiendo al tipo de políticos que se encargaron de hundir al país.