Los trabajadores del Tribunal Supremo Electoral de Guatemala instalaron un centro de votación en la Ciudad de Guatemala el 15 de junio de 2019 en vísperas de las elecciones presidenciales. Foto: La Hora / AFP / Archivo

Empezamos con la jornada de hoy la actividad del año 2023 que estará marcado por las elecciones que en Guatemala se han de celebrar a medio año y que el sistema político prepara ya afanosamente para darle continuidad al modelo que ha permitido el control de todas las instituciones nacionales. Este mismo mes de enero será hecha la convocatoria oficial por el Tribunal Supremo Electoral y empezará la danza de postulaciones que serán objeto del escrutinio de los magistrados, en el entendido de que únicamente inscribirán aquellos que no representen ninguna amenaza.

Una de las características principales de nuestro sistema político es la proliferación de entidades postulantes que pomposamente se nombran como partidos políticos, cuando en la práctica no son auténticos vehículos de la participación ciudadana porque los supuestos afiliados, que en muchos casos ni existen, no tienen vela en el proceso de postulaciones. Camarillas que pactan el financiamiento electoral con grandes capitales, lícitos o del crimen organizado, hacen sus propuestas basadas en el ofrecimiento de compensaciones en caso de alcanzar el poder.

El doctor Juan José Arévalo hablaba de las “alegres elecciones”, frase que pasó a la historia como parte de aquella primavera democrática que se vivió tras la dictadura de Ubico. Hoy en día la alegría del proceso es únicamente para quienes saben cómo sacarle raja a ese financiamiento que pulula para los que logran convencer al financista que el suyo es un proyecto que tiene alguna probabilidad, para lo cual se fabrican hasta encuestas al gusto del cliente.

Desde 1985, cuando se aprobó la Constitución elaborada tras la cadena de fraudes electorales de los gobiernos militares, venimos eligiendo a las autoridades del país mediante el voto secreto, pero el producto de tales procesos tiene una marcada constante. En vez de avanzar para cimentar una auténtica democracia en un Estado que se ocupe del bien común, cada gobierno electo viene a ser peor que el otro, aunque eso pareciera en todos los casos imposible y el desbarajuste luce insostenible pero siempre encuentra de dónde agarrarse.

Hace ocho años, cuando surgieron voces diciendo: “en estas condiciones no queremos elecciones”, se advertía que el imperio de la corrupción detectada entonces estaba en un maleado modelo político aunque, nuevamente, el pacto con los financistas pudo más que la razón y se terminó eligiendo al cómico Morales quien superó a Pérez Molina y, cuatro años después, a Giammattei que hace méritos para dejar chiquitos a todos.

Veremos si seguimos el rumbo marcado o si, al fin, el ciudadano encuentra un aire con remolino.

Redacción La Hora

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