Es momento para pensar en las alegrías y las penas que nos ha tocado vivir, que para cualquiera son muchas, pero sobre todo para entender el sentido de nuestra vida. Foto: La Hora

En pocas horas los hogares cristianos se llenarán de fe y calor para recibir al Niño Dios, ese Supremo encarnado por voluntad divina para redimir a todos los hombres y abrirnos las puertas de un paraíso que nos debemos ganar con nuestros actos más que con oraciones. La Navidad es la fiesta por excelencia para el mundo cristiano y millones de familias guatemaltecas estarán reunidas a la media noche para dar gracias por ese inmenso regalo que no tiene parangón.

En un mundo tan dividido, tan polarizado por las malvadas teorías de conspiración, esta fiesta nos abre a todos los corazones para que antepongamos el amor, la tolerancia y la fe para unirnos en un momento sublime de nuestras vidas. No podemos dejar atrás nuestras penas y preocupaciones, pero tenemos que recordar siempre para qué vino Dios al mundo y eso nos tiene que comprometer a la búsqueda de un mejor ambiente para desarrollar nuestra vida y alcanzar metas inspiradas en la fe.

Es momento para pensar en las alegrías y las penas que nos ha tocado vivir, que para cualquiera son muchas, pero sobre todo para entender el sentido de nuestra vida. No estamos en el mundo para ser vegetantes observadores de lo que pasa a nuestro alrededor ni para hacer el mal a nadie. Somos hijos de ese Dios porque tenemos un compromiso que no podemos ni debemos eludir para acordarnos de nuestros hermanos, en todos aquellos que comparten conmigo la calidad de hijos de Dios y que merecen una vida mejor.

No es día para egoísmos, para fijarnos en mis metas y mis aspiraciones sin acordarnos de los demás. Este es un momento para repasar nuestra vida y lo que hemos hecho o dejado de hacer para que el mundo llegue a las condiciones actuales, en las que priva tanta ambición y tanto egoísmo que no nos deja ver las necesidades ajenas. Todos queremos mejorar nuestra calidad de vida, pero nunca, nunca jamás, debemos permitir que eso ocurra a cambio del perjuicio de alguien de nuestros semejantes, mucho menos si generamos explotación de los más necesitados a los que se usa como bandera para tapar tanta suciedad que impera entre ciertos grupos de poder corrupto que únicamente piensan en cómo amasar más dinero.

Ante el pesebre es momento de renovar nuestra fe que implica entender que todo ser humano es nuestro hermano y que no podemos dejar a ninguno atrás, menos si es por la personal obsesión de hacer dinero a como dé lugar. Dios bendiga a todos los hogares y quite esa venda que la corrupción pone en los ojos de quienes más pueden hacer para mejorar al mundo.

Redacción La Hora

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