Según los reportes oficiales, además de los colapsos de las rutas al Pacífico y al Occidente del país, en el fin de semana se produjo el derrumbe o inhabilitación de cinco puentes, daño que oficialmente se atribuye a las lluvias que han estado afectando el territorio nacional pero que, en realidad, son consecuencia del pésimo diseño y peor ejecución que realizan autoridades y contratistas que únicamente se preocupan por repartirse el botín.
En Guatemala todos los inviernos son copiosos y aún en épocas de sequía es común que se presenten tormentas que traen abundante precipitación, lo que por fuerza debe tomarse en cuenta cuando se planifica y ejecuta alguna obra de ingeniería civil.
En un país normal, con régimen de legalidad y efectivo sistema de justicia, cualquier caso de esos daría lugar a acciones para reclamar el pago de daños y perjuicios y demás responsabilidades civiles en contra de los contratistas que ejecutaron una obra que no aguanta ni siquiera los primeros aguaceros. El Micivi debería estar armando los casos para iniciar los procesos mediante los cuales se pudiera obtener la necesaria compensación, pero como ellos son parte del trinquete no se inmutan y, tristemente, hasta se alegran porque saben que en los trabajos de reparación o de construcción de nuevos puentes, también pueden embolsarse otro montón de dinero.
Si un ciudadano o una sociedad contrata a una empresa constructora para que le ejecute una obra civil, que puede ser una vía de acceso o un edificio, tiene la protección jurídica de reclamar si la obra se desbarata, por fuerte que pueda ser una tormenta, porque es obligado que el diseño tome en cuenta las características tan especiales de nuestro clima y la volatilidad existente. No puede darse el caso de que un edificio se derrumbe por las lluvias y que los constructores simplemente digan que es efecto de un fenómeno natural y que por lo tanto no tienen responsabilidad.
La excusa suena tan vacía como aquella de que unos trabajadores que limpiaban drenajes murieron porque el Insivumeh no avisó que venía un aguacero. Vivimos en un país ubicado en donde todos los años se producen tormentas de distinto calibre e intensidad, lo cual tiene que ser tomado en cuenta, obviamente, por cualquier ingeniero que se respete y que entienda el sentido de la responsabilidad legal que adquiere al suscribir un contrato.
Pero como aquí el respaldo de los contratos está en el soborno, no sólo se paga para que adjudiquen la obra sino para que la acepten aunque sea un mamarracho que se lleva el primer aguacero.