Foto ilustrativa. En la imagen miembros de una pandilla son revisados durante una requisa a cargo de la PNC. Foto La Hora/Mingob

Desde hace muchos años el tema de las pandillas ha marcado en buena medida la vida de muchos de los países centroamericanos en donde han florecido grandes organizaciones que reclutan a jóvenes que ven en las maras una oportunidad que no encuentran ni en los empleos formales o informales ni, muchas veces, en el mismo seno de sus hogares. Y los ciudadanos son víctimas de toda una gama de delitos tanto económicos como violentos que les atemorizan y ponen de rodillas ante las exigencias de grupos de jóvenes armados que no vacilan en realizar extorsiones aún a quienes no poseen capitales importantes.

Es un problema social que no sólo tiene origen en la familia que no puede dar a los hijos la atención debida, sino también en el sistema de educación y la incapacidad de la sociedad para atender la demanda que representa esa enorme cantidad de jóvenes que anualmente se quedan sin poder ingresar al mercado laboral y que tienen que escoger entre la migración o incorporarse a una de las tantas pandillas o maras donde los reclutan gustosos.

El crecimiento de las pandillas, aún en lugares recónditos de nuestros países, es un problema serio y de difícil solución porque la ausencia de oportunidades facilita el trabajo de los reclutadores que se encargan de atraer cada día a nuevos miembros que rápidamente empiezan a disfrutar de los frutos de su actividad delincuencial. Hombres y mujeres se incorporan aún a sabiendas de que su propia seguridad está en riesgo, pero las condiciones tan adversas hacen que la opción se convierta en atractiva.

La capacidad del Estado para controlar a las pandillas resulta limitada y más cuando el poder de éstas va en crecimiento y pueden atemorizar aún a los administradores de justicia y a quienes por razón del cargo están llamados a combatirlas, por lo cual llama mucho la atención lo que está ocurriendo en El Salvador donde el gobierno dispuso cambiar las leyes para facilitar la captura y detención en condiciones inhumanas a los miembros de las pandillas, situación que por mucho que preocupe a los defensores de los derechos humanos es aplaudida por buena parte de la población que ha sentido el agobio de la presión de los pandilleros.

Imposible a estas alturas predecir el resultado final de esa ofensiva gubernamental contra las pandillas, pero lo indiscutible es que mientras no se ataquen las causas estructurales que lanzan a la juventud a ser pandilleros, por dura que sea la represión el fenómeno no sólo persistirá sino que hasta puede ser aún más sangriento.

Redacción La Hora

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