Guatemala tiene un sistema político tan imperfecto y controlado por los poderes ocultos que prohíbe a sus militantes actuar públicamente, salvo en el período electoral (que en la elección pasada fue del 18 de marzo al 14 de junio) porque todo lo que se haga o diga fuera de esos tres meses cada cuatro años, se condena como campaña anticipada que niega la inscripción a cualquiera que se salga de la línea establecida. El liderazgo político es algo que se construye día a día, con acciones y presencia en los asuntos fundamentales de la sociedad, pero en Guatemala ello está prohibido por la misma Ley Electoral que alienta a los que son candidatos durante 20 años pero se encierran a vivir de sus rentas porque de ese tiempo únicamente se muestran durante un trimestre cada cuatrienio, para recibir donaciones e instrucciones de los financistas y así tratar de que le suene la flauta.
Y es que el nuestro es un sistema que no depende de partidos políticos fuertes y nutridos ni de líderes respetados, sino de los financistas que son quienes, con su dinero para pagar los gastos de campaña y enriquecer a los candidatos desde antes de llegar al poder, son los verdaderos electores. Por supuesto que para ese sistema la actividad política diaria es una aberración porque pone en riesgo ese tremendo poder que tienen los que levantan o bajan el pulgar cuando se les acercan a pedir dinero para la campaña.
Si tuviéramos verdaderos líderes políticos, a quienes la gente siguiera por la entereza, compromiso y convicciones mostradas a lo largo de una vida de involucrarse en los problemas nacionales, los financistas no serían tan importantes como lo llegan a ser cuando el político depende de ellos para que la gente les conozca y para difundir engañosa propaganda que les ubica ante votantes que se tragan la patraña de alguien que se promueve diciendo que no es ni corrupto ni ladrón, resultando luego excelso en ambos campos.
Un político que hable a los medios, que opine sobre lo que está pasando, que escriba un libro o sea entrevistado queda fuera de contienda porque eso es, según nuestra obtusa legislación, campaña anticipada. No digamos alguien que vaya a las comunidades para conocer su forma de vida, lo que necesitan y a lo que aspiran y haga compromisos con la gente, tal y como lo tiene que hacer, por fuerza, cualquier político del resto del mundo.
Guatemala tiene un sistema político capturado por poderes ocultos para quienes la democracia es una fachada para incrementar su poder.