En el curso de esta semana se alcanzó la cifra de diez mil personas muertas como consecuencia del SARS-CoV-2 según el registro oficial que hace el Ministerio de Salud Pública. Aunque se sabe que la cifra deja fuera a mucha gente y que la cantidad es superior, según los datos del Registro Nacional de las Personas, de todos modos es un momento trágico porque atrás del número hay diez mil nombres de seres humanos fallecidos y miles más que son los deudos más cercanos de quienes sucumbieron ante las complicaciones provocadas por el funesto virus.
Es un buen momento para que como país recordemos a nuestros muertos y a sus familias para que, en un homenaje a ellos, asumamos compromisos de redoblar nuestros esfuerzos para contener la ola de contagios, sobre todo tomando en cuenta que no existe una política oficial encaminada a generar ese tipo de comportamientos. El Colegio de Médicos de Guatemala emitió ayer un serio comunicado en el que destaca el mal manejo que se ha hecho de la pandemia y la necesidad de un golpe de timón para enderezar el rumbo.
Buena parte de esos diez mil muertos fueron personas que fallecieron antes de que existiera mundialmente la oportunidad de la vacuna para prevenir más casos y, por ende, más fallecimientos. Pero también es alta la cantidad de los que han muerto y seguirán muriendo por la absurda decisión oficial en el negocio de la vacuna rusa, misma que no llega a pesar de haber sido pagada.
Es un momento trágico de dolor que llama a la reflexión sobre lo que se ha hecho, lo que se pudo haber hecho y los errores que se tienen que enmendar rápidamente. En el tema de la vacunación, tristemente, no es sólo el hecho del trinquete con los rusos sino también la incapacidad que hay para realizar una vacunación masiva. El gobernante dijo recientemente que se podría vacunar a 100,000 personas diariamente si se tuvieran las vacunas, pero luego de haber recibido donaciones muy importantes de Estados Unidos y otros países amigos, resulta que no hay una logística que permita alcanzar, ni remotamente, la cifra cacareada.
No podemos leer el número de muertos y darle vuelta a la página para seguir con nuestra vida. Tenemos que empezar por entender que el riesgo para todos está allí, sobre todo con el surgimiento de nuevas variantes más contagiosas y más letales, pero también tenemos que acompañar en su dolor a los deudos de quienes perdieron la vida, asumiendo compromisos para actuar y exigir cambios en el proceder de las autoridades.