Yo no entiendo mucho de cómo son los humanos, y eso se explica porque yo soy un caballo; pero me llama la atención que hayan dedicado un día para conmemorar a sus hembras, aunque parece que no por buenas sino por malas razones. Hay detrás de eso un tema de injusticia y desigualdad.
Desde mi horizonte equino, he podido ver que entre machos y hembras humanos hay muchas diferencias, y de inmediato me puse a pensar en las hembras de mi especie. A las yeguas, que son lo que a mí me toca, se les reconoce por bellas y esbeltas, pero igual se las utiliza como bestias de carga, al tiempo que se les exige atender las garañonas inquietudes de algún semental. Eso si no tienen que lidiar con la acometida de algún burro en primavera. De hecho, las yeguas pueden parir hijos de un caballo, pero también de los burros, y así es como además de hermosos potrillos, vemos también que pueden parir mulas.
Tener hijos es complicado para nuestras hembras; hay mucho desgaste físico que acorta los tiempos de vida, aparte de que cuando hay algún potrillo pepe, siempre aparece una buena yegua que alcanza para amamantarlo. Las yeguas andan siempre con su cría, y la acompañan con cuidado hasta el destete, con todo el desgaste que provoca una atención concentrada y emocional.
Lo malo ha sido que a hembras y machos les asignan tareas iguales; un buen ejemplo son las competencias de velocidad y resistencia, donde compiten por igual; y el colmo es que las hembras nos terminan ganando en los territorios que eran presuntamente nuestros. Pero, aun así, los machos siempre nos hemos llevado la mejor parte en cuanto a reconocimientos, de ahí que haya muchos caballos famosos en la historia, como Pegaso, Incitato, Bucéfalo, Babieca, Othar, Marengo, y hasta yo, que aun siendo un jamelgo cabalgado por un pobre alucinado, logré que la historia me divisara. Muchas yeguas llevaron también a cuestas a buenos guerreros. Que ya no se dejen engañar, y que en los desfiles no las luzcan solo con moños rosados.
Si a las hembras de los humanos les está yendo como a las yeguas nuestras, se las está llevando pifas. A las yeguas les digo, apoyándome en que soy un caballo cada vez más viejo; que fuera del factor genésico, no necesitan de un vanidoso semental para ser felices, y si se lían con un caballo, que busquen uno que las quiera y les resople en el cuello no pocas veces, que camine a la par de ellas y no delante; y que no las deje solas haciendo lo que él bien puede y debe hacer.
No hay día de las yeguas, y por eso saludo a las mujeres, tomando en cuenta que en 1977 se instituyó oficial e internacionalmente el día de la mujer que quedó así reconocida por decreto. Todo está escrito en papeles, pero bien sabemos para lo que sirve eso. De hecho, creo que el mundo se va a hundir entre tanto papel.
En la vida diaria, las mujeres continúan siendo ciudadanas de segunda; sistemáticamente discriminadas, siempre estoicas, muchas veces víctimas y otras hasta heroicas. ¿En dónde empezó a corromperse todo? He andado por todas partes y solo encuentro un sitio para dar respuesta a mi pregunta; fue en el corazón del hombre.
Ahora y por conveniencia política, los hombres defienden la igualdad de la mujer, pero en general encuentro un fenómeno atávico (y eso que el caballo soy yo), que, como tendencia a sostener formas arcaicas, impide que los machos se hagan a un lado, o mejor dicho, se coloquen en su sitio, y respeten el sitio de las mujeres.
He oído hablar de la misoginia, que se expresa en acciones de menosprecio y aversión por las mujeres, pero sospecho que más que eso se trata de una verdadera ginefobia, si se me permite el término. Eso es, los hombres temen a las mujeres y las aplacan, tratando de fustigar con eso el talento, el verdadero amor y la necesidad de una entrega solidaria.
No sé qué hubiera pasado si la historia de la humanidad hubiera sido al revés, pero no es día para especular o hipotetizar sin una base real. Lo importante y verdadero es, que las cosas son como están.
Si tan solo los hombres en su malhadado corazón algún día aprendieran a amar, la cosa iría mucho mejor. Entre tanto vejamen, iniquidad y grotescos abusos de poder, veo a las mujeres intentando revolucionar al mundo. A veces hasta las imagino tomando las armas y sometiendo a los hombres por la fuerza, y no es que no me parezca tentadora la idea, pero no lo van a hacer, porque son más amorosas que eso. Además, las revoluciones con sus cambios siempre alteran el funcionamiento de las cosas, pero nunca han logrado conmover los corazones, que son los únicos capaces de un cambio verdadero.
Descreo de las guerras intestinas y sigo creyendo en el amor como camino a seguir. ¿Soy un romántico?, tal vez; pero cada uno cree en algo y a eso le apuesta.
Recuerdo una cita que decía, que de nada sirve enseñarles a las ovejas las virtudes de ser vegetarianas, mientras el lobo siga siendo carnívoro; y así me siento cuando veo todos los esfuerzos femeninos por el reconocimiento de sus derechos. Mujeres con baja autoestima totalmente comprensible, heredándola a las nuevas generaciones como si fuera totalmente lógico, y supeditadas a algo, franca o veladamente.
¿De dónde surgió la creencia, casi fe, de que las mujeres necesitan a los hombres? Seguramente de la mente de los hombres. Ellos tienen el poder, para que negarlo, y eso favorece que se vivan abusos de poder, eso está claro; las cosas pasan porque pueden pasar.
A los hombres les suplico, que no envenenen a sus hijos con malos ejemplos, y a las mujeres que les muestren que las diferencias enriquecen y engrandecen; que la igualdad confunde y es imposible, y que el tema es de equidad; para que cada uno viva dentro de lo que naturalmente le corresponde. De lo contrario, puede haber igualdades muy injustas.
Yo no quiero a una yegua que sea igual a mí. Quiero a una que sea libre y que me enseñe a ver, lo que yo por mi naturaleza, no soy capaz de ver. Yo estoy seguro de que, en algún sitio de mi corazón, soy capaz de corresponder a esa entrega de amor con mi amor.